La Cosa
¿Qué traía en el pote? ¿Había pescado algo? Lo vio abandonar definitivamente la playa, tomar el sendero, acercarse. Entonces lo reconoció: El hermanito de Sandra, se dijo. Cómo se llama, cómo… No pudo recordar su nombre. Volvió al tronco, al libraco, necesitaba sacarle una buena nota a Rodelo: “¿Es la administración un arte o una ciencia? Cabe decir…” Sandra se había visto obligada a explicarles a sus compañeros-después de un resbalón en plena aula: ¡Maldita sea, se me regó todo!-por qué andaba cargando en su mochila un pájaro tan estrafalario, hecho de alambres viejos y virutas de madera.
-Porque es un regalo de mi hermanito-dijo.
-Entonces cuélgalo de la mochila, mami-se oyó, y enseguida: ¡Exhíbelo, carajo!
-¿Están locos? ¿No ven que es feo? ¡Horrible! Lo conservo porque quiero evitar que a mi hermanito le dé una de sus pataletas. ¡Si ustedes vieran cómo se pone ése!
-Pero qué, ¿no se ha dado cuenta de que tú lo tienes escondido?
-Lo saco cuando estoy llegando a mi casa.
-¡Caramba! ¿Tanto miedo le tienes al pelao?
Se aproximaba.
-¡Hola, chica!
Le estaba hablando, la había reconocido.
-Tú eres Mara, ¿verdad?, la compañera de Sandra.
Puso el pote en el suelo y se sentó en los tablones del kiosco.
-¿No quieres hablarme, chica?
-Estaba marcando la página, para no perderme.
-¿Tienen parcial?
-Sí; de administración.
El muchacho soltó un silbido. Después se movió inquieto, mirando a un lado, luego al otro.
-Dime, ¿administrar es difícil?-preguntó finalmente.
-Bueno, una estudia para que resulte fácil.
-Eso es; si se estudia las cosas resultan más fáciles. ¿Tú investigas?
-¿Que si investigo?-¡Qué pregunta!-A veces. Toca; en la biblioteca, en las empresas.
-Yo vivo investigando, es lo que más me gusta hacer.
-¿Sí?
El chico guardó silencio, pensativo.
Mara abrió el libraco: “Cabe decir que la administración tiene tanto de arte como de ciencia.” De las dos cosas; el problema es sustentar la respuesta.
-¿Qué hay en el pote? Aparte del agua, claro.
-Es un misterio.
-Cómo así que un misterio.
-Todavía. Está tranquilo el mar, ¿ah? El aguacero lo dejó quietecito, por eso salieron los pescadores.
Mara echó un vistazo. Los pescadores seguían rebuscando en el trasmallo, rodeados de curiosos, y de alcatraces, por supuesto. Ni rastro del sol. La mañana se alargaba, plomiza, fría.
-¿Sabes a qué hora salí de la casa, Mara? A las cinco, apenas sentí que escampó.
-Apuesto a que tus padres ya están preocupados.
-Seguramente-dijo el chico, ido.
Bajó de los tablones y se acercó al pote
-¿Y si sale un brontonononsaurio del mar?-exclamó de pronto.
Mara no pudo evitar sonreír.
-¿Ahora?
El chico se volvió:-Mi papá inventó una vez un animal que tenía los ojos en las patas, un montón de patas y un montón de ojos.
-¿Tu papá te contaba historias?
-No. Mi papá y yo vivíamos inventando animales. Pasaba un perro, por ejemplo, y enseguida nos poníamos a inventar. “Mira, hijo tiene cuatro ojos”, me decía él, y entonces yo le seguía la corriente: que le había salido un cacho, que le estaba creciendo el hocico…
Un día cualquiera el tipo se fue de la casa, sin dejar ninguna razón. Según Sandra, su madre no tardó en averiguar la verdad: el muy irresponsable se había conseguido otra mujer, una muchachita, una amiguita… Sandra tenía 14 años, el chico 9. ¡Elías!, así se llamaba.
-¿Todavía inventas animales, Elías?
El chico no respondió. Movió el pote, el agua, más bien.
-Pensé que no te ibas a acordar de mi nombre-dijo luego, soltando el pote-. Es un nombre bíblico. ¿De dónde salió el tuyo?
-De una novela. Lo encontró mi mamá.
-Se oye bonito.
Una brisa suave y fría, procedente del mar, los arropó de pronto. Mara soltó el libro y se cruzó de brazos.
-¿Eres friolenta?-preguntó Elías, de vuelta a los tablones.
-Bastante.
-Yo no. Más daño me hace el sol. Mira, estoy lleno de pequitas.
Mara se detuvo a mirarle el rostro. Las pequitas empezaban justo debajo de sus ojeras. ¡Qué ojeras!
-Son naturales, siempre las he tenido.
Mara sonrió.
-Chéveres tus hoyuelitos-dijo Elías, bajando la cabeza. Cogió una varita y empezó a dibujar con ella en el suelo. Yo quería bailar, ¿sabes?
-¿Bailar?
-El día que mi hermana organizó su fiesta de cumpleaños. Todos estábamos muy contentos, sobre todo por el regreso de mi papá. Miercole, otra vez la brisa. Si quieres te prestó mi suéter, es grueso.
-Tranquilo, Elías, no te preocupes.
-A que no adivinas con quién me hubiera gustado bailar.
-Con Tina, me imagino.
El chico dio un respingo.
-¿Eres bruja o qué? ¡Eres bruja!
No; Tina había abierto la boca, habló mucho de su nueva conquista:
-¿Estás segura, Tina Tina?
-Ya ven; me tuvo en el lente toda la noche.
-¡Cómo eres!
-Se lo conté a Sandra, ¿y saben qué me dijo ésa?, que su hermanito se va a poner peor porque el viejo llegó hecho otro.
¡Otro! Mara reparó un poco al muchacho.
-¿Por qué me miras así? ¿Estás brava?, ¿brava porque te dije bruja?
-Qué va. Siempre tengo cara de seria; por eso fue que no te dieron ganas de bailar conmigo.
Elías sonrió.
-Pero si yo no sé bailar-dijo enseguida-. Te conté lo de la fiesta…
-Te llamó la atención el vestido de Tina, ¿verdad?
Elías volvió a sonreír.
-Te impresionó su pinta punk, acéptalo.
-¡Está loca! A mí me parece que está un poco loca. ¿Y a ti?
Ahora fue Mara quien sonrió.
-Lo está, Elías, bastante.
-Pero eres más amiga de ella que de mi hermana.
¡Caramba! ¿Qué podía responderle?
-Fresca, yo te entiendo.
Bajó de los tablones:-Yo entiendo algunas cosas.
Se acercó al pote, volvió a moverlo.
-Dime, Elías, ¿qué es lo que tienes ahí?
-Ya te dije que es un misterio, Mara. ¿Te gustan las películas de misterio?
-Algunas.
-Yo vivo buscándolas en el TV Cable. Las románticas me parecen muy tontas.
-Pero si son buenas, Elías.
-Qué va. ¿Quieres que te cuente algo?
-Claro, cuenta.
-El otro día… bueno, hace como un mes, me encontré una uña cerca de Marbella. ¡Era una uña enorme!
-¿Quieres decir…?
-Toda la uña. Estaba negra y cuarteada.
-Me imagino que la botaste.
-La guardé unos días, en mi habitación.
-¿Qué?
-Dentro de una bolsita; como hacen los de C. S. I.
-¿Me estás diciendo la verdad, Elías?
Se puso serio:-Yo no miento. Nunca.
Mara recogió el libraco: “Como ciencia, la administración dispone de métodos, técnicas…”
-¿Analizaste la uña, Elías?
-Era de un muerto, te lo aseguro. Bueno, el tipo todavía estaba vivo cuando se la arrancaron.
-¡Jesús!
El chico le buscó los ojos.
-¿Estás asustada?
-¿Quieres asustarme? ¡Cómo eres de malo!
-Suelo encontrar muchas cosas mientras camino por la playa. Entonces pienso, investigo… Algunas cosas resultan interesantes, otras no.
-¿Te hubiera gustado ser un científico o algo así?
-¡Eres bruja!
-Cuidado, Elías, los científicos no creen en esas cosas.
-No, para nada. A mí me gustaban los números, ¿sabes?, en el colegio.
Se quedó pensativo.
-La debilidad no me dejó seguir-dijo luego-. Me daban muchos dolores de cabeza.
-Pero acaso…
-El doctor Jiménez le dijo a mi mamá que yo no podía estar forzando la mente. No volví a clases, y cuando agarraba un libro o algo así, mamá corría a arrebatármelo. Eso me daba mucha rabia. Además, ¡me entraban unos caprichos! Papá hacia lo posible por comprenderme. Después él se fue de viaje y todo se complicó en la casa.
Calló.
-¿Sigues con los dolores de cabeza, Elías?
-Tomo pastillas. Eso ayuda.
-Claro.
-Y camino. Me despeja mucho caminar.
-¿Siempre sales a caminar tan temprano?
-No, hombre, no siempre, a veces salgo cuando ya es de tardecita, cuando el sol ya está fresco. Tuve una amiga que me acompañaba, ¿sabes?
-¡No me digas!
-La verdad es que yo la acompañaba a ella, porque ella quería.
-¿Cómo así? Explícame.
-Sonia salía a trotar muy seguido. Y a ella sí que le gustaba hacerlo temprano. Una mañana me gritó ¡ven, pelao!, y yo la seguí, así pasó. Y también pasó al día siguiente, pasó muchas veces, Mara. Después dejó de aparecer.
-Ya, entiendo. Qué fue de ella, ¿por qué no volvió a buscarte?
El chico se encogió de hombros.
-Esas cosas también hay que investigarlas, Elías.
Se levantó.
-He oído algo-dijo, andando un poco, en dirección del sendero.
-¿Qué cosa? ¿Qué es lo que dicen?
-Que Sonia se ha vuelto viciosa.
-¿Y tú lo crees?
-Para lejos de Lemaitre, casi no la veo.
-Eso...
-Todavía vives en Canapote, ¿verdad, Mara?
-Sí, con mis tíos.
-Podemos irnos juntos entonces.
-Claro, Elías. ¿Pero tiene que ser ya? Quiero echar otra repasadita.
-No hay problema. Tú echas tu repasadita y yo me dedico a buscar unas cosas.
Con el pote en la mano, obvio. ¿Qué buscaba?, ¿pedazos de alambre?, ¿virutas de madera? “La administración, como arte, debe concentrar sus esfuerzos en la gente, en el personal.” Mara se echó a reír.
-¿Te ríes así en las clases, chica?
-¿En las clases, dices? Sí, allá también… ¿Quieres que te ayude?
-Claro, yo te voy explicando. Mira, mira allí; me gusta esa lata… se ve bien.
Mara recogió la lata.
-Qué más, ¿qué más quieres que busque, Elías?
-Los ojos. Tienen que ser grandes, ¿oíste?
-Grandotes, okey. ¿Cuántos necesitas?
-Dos, sólo dos.
Elías consiguió las patas, ella la boca, una boca grande, para variar.
-Una boca tragona, ¿ah, Elías?
-Tráeme todo, ven… ¡Pero por qué!
-¿Qué pasa?
Se trataba de sus padres; lo habían localizado, se aproximaban...
-¿Qué haces ahí, Elías Eduardo? Qué estás haciendo ahí, te pregunto.
La señora Ester, despeinada como siempre, metida en una de sus enormes batas, era la voz cantante.
-¿Qué te hemos dicho? ¿Qué te hemos advertido?
Ahora, aunque seguía hablándole al muchacho, era a la amiguita de éste a quien miraba, de reojo.
-¡Tanto decirte las cosas! ¡Tanto aconsejarte!-se volvió-: ¿Sí ves, Rodolfo?
El señor Anaya era el mismo sujeto del cumpleaños de Sandra: un tipo desganado, al que, para completar, quién podía dudarlo, le había caído un peso encima: su corpulencia; ahora, bajó la cabeza y suspiró.
-Tranquilízate, Ester-dijo finalmente.
-Ya quisiera yo estar calmada. Pero cómo hago, ¡llevo años en esta lucha!, ¡años!
-Vamos, hijo, ven conmigo.
Sí, ¡el señor Anaya quería ayudar!
-Mira a ver si puedes hablarle claro, Rodolfo, aunque sea una vez en tu vida.
El chico recogió el pote.
-Chao, Mara.
-¿Mara?
La señora Ester sabía ahora quien era la amiguita de su hijo.
-Tú estudias con Sandra, ¿verdad?
-Sí, señora, estudiamos juntas.
-Pero no eres amiga de ella.
¿De Sandra? ¿De ese incordio?
-Somos compañeras.
-Compañeras, ¿eh? ¿Habías hablado antes con Elías?
-Por favor, Ester.
-Tú no te metas, Rodolfo.
-Mejor vámonos, hijo, camina.
El chico obedeció. Pero entonces, la señora Ester se fijó en el pote.
-¿Qué llevas ahí?
-Nada, mamá.
-Espera, déjame ver. ¡Qué esperes, carajo!
El chico se detuvo:-Usted no lo conoce-dijo, volviéndose.
La señora Ester le arrebató el pote, miró…:-¡Estás loco! ¡Loco!-exclamó enseguida. Después, echó a correr hacia el sendero…
-¡Mamá!
El señor Anaya extendió un poco los brazos, levantó un poco la voz:-Tranquilo, hijo-dijo en definitiva.
-¡Llévatelo, Rodolfo!-exclamó la señora Ester, sin detenerse. Luego, procedió a levantar el pote sobre su cabeza… y siguió corriendo, internándose en la playa.
-¡Loco! ¡Loco!-gritó a continuación, arrojando el pote.
-Tranquilo, hijo-insistió el señor Anaya, tomando al chico del brazo.
Mara se animó a intervenir:-Yo puedo acompañarlo, señor Rodolfo. Verá, nos íbamos a ir juntos, porque yo vivo en Canapote, ya subiendo hacia Lemaitre.
-No sé, niña-le salió al señor Anaya.
-Deje que me vaya con ella, papá-le dijo Elías, zafándosele-. Ven, Mara.
-Claro, Elías, vamos.
-¿Qué pretendes, muchacha? ¿Ah?-La señora Ester estaba de vuelta-¡Siempre tiene que aparecer una vergajita! Seguro que la cosa ésa… ¡Espera, Elías!
El chico había echado a correr.
-¡Hijo!-exclamó el señor Anaya, moviendo un brazo, el menos pesado quizás.
-¡Corre, imbécil!-lo azuzó la señora Ester-, ¡no dejes que se vaya solo!
Elías seguía corriendo, rumbo a Marbella, el señor Anaya se animó a hacer lo propio.
-¿Sabes a dónde se dirige, muchacha?
Mara se volvió:-Ni idea, señora Ester-dijo, serena-; no he visto la Cosa, todavía no.
-De modo que… ¿Qué pensaban hacer con esa maldita lata? Has estado dándole cuerda a Elías, ¿verdad?
Mara guardó silencio.
-Voy a decirte algo, muchacha: Elías es un muchacho enfermo. Toda la vida va a ser una persona enferma. EN-FER-MA, ¿comprendes? ¡Di algo! ¡Me desespera verte tan callada!
-La estoy escuchando, señora Ester.
-Quieres escucharme, ¿eh? De acuerdo, muchachita. Oye bien entonces: Elías no tiene una idea muy clara de las cosas; va a terminar por creer que tú eres su enamorada o algo así, en su mente, allá en su cabeza. ¿Pretendes hacerle ese daño? Dime, ¿te gusta sentirte rara?, ¿es eso? ¿Qué crees que va a pensar la gente si te ve andando con mi hijo?... ¡¿A dónde vas?!
-A investigar-dijo Mara, apretando el paso.
-¿Quieres hacerme creer que estás loca?
-¡Y llena de vicio! Píenselo.
¿Había callado a la vieja? Qué va. Lo mejor que podía hacer era ignorarla. Siguió andando… ¿Dónde había caído la Cosa? Dónde, a ver…Tremendos ojotes, tremenda bocona… ¡Ahí estaba el pote!, y también… se trataba de un sapo… de un pez, de un pez sapo; pequeño aún, ¡pero ya tenía la pinta!
-Qué pinta, ¿ah?...
Lo recogió de la arena.
¿Se había acabado el misterio? No.
-Necesito una bolsa. Estoy necesitando una bolsita, Elías.
Fin