lunes, 30 de noviembre de 2015

Cuento de la colección ´´Manténgase fuera del alcance de los niños´´, parte 1: ´´Dramas´´

La carta a mi madre
Mi madre está desaparecida, llega ahora esa noticia, ¿de dónde?, no importa. Mi madre es lo que por ahí llaman una putona, lo dice todo el alfabeto. Mi madre puede estar con cualquiera, con cualquier tipo, obvio, y en cualquier pretil si se le antoja. Mi madre vive, la observo con atención y me digo que puedo jurarlo, ¿cuántos años tenías aquí, madre?, debo reconocer que en realidad eres muy bonita. ¿Por qué habré descubierto esta foto justo ahora?...

Querida y apreciada madre:
Te saludo enviándote un abrazo y un beso, y pinto el abrazo y pinto el beso para que veas cómo quedan de bonitos, pero mira, lo mejor es que al pintarlos tengo que pintarte a ti, y al pintarte a ti no sé por qué pero siento que te correspondo, lo digo por la foto, ¡tú sabrás comprenderme!
¿Qué dirían mis compañeros de estudio si leyeran esta carta?, dirían que te estoy escribiendo como si yo fuera un pelaito, y pechichón además, que qué pendejada lo del abrazo y el beso, y seguro que Fuentes, mi enemigo mortal, me recordaría al tal Trinche, los dientes podridos del Trinche, que tú anduviste con ese puerco y que seguramente te le pegaste en la boca: Ay, Trinche, como te quiero, Trinche…

Querida y apreciada madre:
Te saludo enviándote un abrazo y un beso.
Te cuento que no me he portado del todo bien: hace poquito le di una paliza a Fuentes, el hijo de la bollera, le saqué el aire y le partí la boca, la verdad es que te estoy contando todo esto porque considero que se me fue la mano, ojalá que sepas comprenderme, que comprendas que soy un chico y que a los chicos nos cuesta mucho controlarnos.
A continuación, paso a referirte otras cosas: La gente está decorando la calle, como ya se acerca la Navidad, mamá Jose y papi ya terminaron de adornar el frente de nuestra casa, y tengo que contarte que lo hicieron muy cristianamente, con imágenes bíblicas y todo lo demás, yo tuve que dedicarme a Jesús, a pintarlo, tú sabes, a pintarlo por completo, de los pies a la cabeza, porque el Jesús que ellos dibujaron te juro que se parecía a Bin Laden, ¡sólo le faltaba el turbante!, para mí que ellos ven demasiados noticieros, ésa es su costumbre.
Bueno, como venía contándote, se nota que nuestra calle va a lucir bien adornada, la gente dice que este año podemos aspirar a ganarnos el trofeo que le dan en la alcaldía a la comunidad más navideña, ¡si a cierta persona no se le ocurre pelearse con alguien!
Mejor te cuento todo: Mamá Jose le pidió a la Crespa, delante de todo el mundo, que por favor no se deje llevar por la fregadera de la gente, que no se ponga a pelear, y créelo, la Crespa está portándose bien…
Te cuento lo que falta: la Crespa le dijo a Mama Jose que en realidad ella tiene una pelea pendiente, pero que la comunidad puede estar tranquila, que la pelea ya quedó aplazada para enero, en enero le partirá la boca a la Mella Pinto, a ésa, que anda diciendo por ahí que nada tendría de extraño que un día de estos quedara aclarado que papi es mi verdadero padre, que no se cansa de decir que papi demostró demasiado empeño en el asunto de la adopción, en darme su apellido, que repite y repite que en ese cuento hay gato encerrado y que el Niño Dios debería ponerme de regalo la pura verdad, ¡lengualarga la Mella Pinto!, Mama Jose enrojeció como un tomate, puedes imaginarte su furia, pero después se calmó, porque no podía dar mal ejemplo, atizar a la Crespa, que se veía partiéndole la boca a la Mella Pinto, ¿y si a la vergaja le daban ganas de adelantar la pelea?, no, no, eso no podía pasar, le habló cerquitica, ¿qué le dijo?, ni idea, pero lo cierto es que la Crespa está portándose bien…                    

Querida y apreciada madre:
Te saludo enviándote un abrazo y un beso.
¿Qué puedo contarte?, empiezo por lo más chévere, oye bien: dicen que seguramente nuestra calle se va a ganar el trofeo que todos los años le entrega la alcaldía a la comunidad más navideña, la verdad es que nos lucimos, y lo digo así porque yo también puse mi parte, y qué parte: imagínate, mis queridos viejos disparatearon a Jesús, ¡el dibujo más importante!, tuve que auxiliarlos, después mamá Jose me dio un abrazo de felicitación, contenta, contentísima, le noté y le sentí su alegría, créeme, llegó a decir que yo me merezco el trofeo, ¿yo?, ¡ella!, más que cualquier otra persona.
Ahora, sorpréndete: hemos tenido mucha paz, la paz que necesita una calle, sobre todo si esa calle pretende ganarse el premio que tú ya conoces, mamá Jose dice que la vecindad llegó a un acuerdo, y bueno, viva Dios, si vieras como nos saludamos todos, con sonrisa incluida, ¿oíste?
Lo mejor: a los pelaos nos van a organizar una fiesta el veinticuatro, ¡para entregarnos después el regalo de navidad!, me pregunto cuál va a ser el mío, dicen que los juguetes son bonitos y de muy buena marca, la verdad es que estoy emocionado, ¿tú no lo estarías?
Presta mucha atención ahora: los Parra han mandado lejos a su hermana la Crespa, según dicen para protegerla, ¡yo no sabía que la Crespa era la mandamás de una clínica de mujeres!, ¿cómo doctora?, no, no, ella era quien conseguía las clientas, eso dicen, y también que una clienta se complicó, ¡Zuli, la de los Payares!, y entonces apareció la policía...
Mamá Jose dice que yo no debo preguntar nada, y le he obedecido, como siempre, pero mira tú, ¡ella habla tan alto!, hace poco la oí decir que Zuli no quería el regalo del Niño Dios, que ya no quería el regalo que le empaquetó el hijo del cachaco Silfredo, empaquetó, ésa fue la palabra que a ella se le ocurrió utilizar, imitando el hablado ronco de la Crespa, después se quedó en silencio, y entonces temblé de preocupación, ¿me había sentido?, salí corriendo, no quería contrariarla.
Ya en la calle, intenté distraerme, no pensar, pero bonita suerte la mía: fui derechito a toparme con uno de los Parra, con el más peludo de todos, me dijo que me apartara, apártate tú, ¡apártate maldito aborto!…   

Querida y apreciada madre…
                                                                                                                  
Querida y apreciada madre:
Te saludo enviándote un abrazo y un beso…

Querida y apreciada madre:
Te saludo enviándote un abrazo y un beso.
Es bueno lo que tengo que contarte: el Niño Dios me va a poner dos regalos este año, te cuento que además del que tú sabes…

Querida y apreciada madre:
Te saludo enviándote un abrazo y un beso. 
Paso a contarte lo siguiente: el Niño Dios me va a poner dos regalos este año, el de mamá Jose y papi, ¡una bicicleta!, y el que quieran escoger para mí los de la vecindad.
No te sorprendas, acá se vive un ambiente muy especial este año, si vieras cómo ha quedado la calle, toda adornada, con imágenes bíblicas, pesebres y arbolitos repletos de luces, por ahí dicen que nos vamos a ganar el premio que le entrega la alcaldía a la comunidad más navideña, me incluyo en el cuento porque el decorado de mamá Jose y papi se salvó gracias a que yo sé pintar, aunque debo reconocer que sin ese par de viejos… sin ellos…
Sigo: preciosa la decoración, sí, pero lo mejor es que, como ya te di a entender, la comunidad decidió comprarles a todos los niños de la calle, a todos, sin excepción, ¿oíste?, un buen regalo de navidad, ¿cuál va a ser el mío?, ni idea, chévere que se tratara de un instrumento musical, lo tendría sí la Crespa pudiera ayudarme, si la Ley no… lo tendría, porque la Crespa… no sé, yo le caía en gracia, me dijo eso, en cierta ocasión, la verdad es que me lo dijo muchas veces, tengo que confesártelo, siempre que estábamos solos me pasaba la mano por el pelo y se pegaba a mi oído para decirme ¡que yo le caía en gracia!, yo, a esa Mala Gente, como le dicen, ¿que ella es una mala persona?, yo sería capaz de decir delante de todo el mundo que a mi parecer la Crespa sólo se portaba como una peleonera cuando alguien decidía atacarla, y que eso es normal, ¿o no?, ¿tú qué dices?, sé que la conociste bien, que ustedes dos fueron compañeras, compinches, me pregunto, madre, si alguna vez se pelearon, creo que no, NO, me atrevo a decirlo porque mira, ella habla de ti con mucho afecto, siempre, y lo más raro: en su cabeza tú sigues siendo una muchachita, la nena de los Castellar… sí la Crespa pudiera… ¿no te lo he dicho?, los Parra, sus familiares, la han mandado lejos, según dicen para protegerla, yo no sabía lo de la clínica, madre, no lo sabía...
Sigo con lo de los pelaos: antes de entregarnos el regalo, nos van a complacer con una fiesta, a mí no me gusta mucho el baile pero intentaré moverme como pueda, ¡pero mira tú!, veré llegar a Fuentes, mi enemigo mortal, va a atacarme, va a decirme que tú te movías igual que una puta, que terminabas acostándote con todos los tipejos que te sacaban a bailar, que te empreñó uno de esos tipejos, y que luego… la Crespa…la Crespa no quiso hacerlo…¡Fuentes me va a llamar maldito aborto!

Querida y apreciada madre:
Te saludo enviándote un abrazo y un beso.
Te cuento que no me he portado del todo bien: hace poquito le di una paliza a Fuentes, el hijo de la bollera…
FIN
     

     

viernes, 1 de noviembre de 2013

Adiós a la isla

Publico ahora otro cuento que tiene como escenario a Cartagena de Indias... Se trata de una ''rara'' historia de amor, una historia que me complació seguir...
Adiós a la isla
Habían hecho cantidades de cosas en la cama, pero aquello, que de entrada sonaba muy chistoso, nunca.
-¡Qué ocurrencia, niño!-exclamó Doris.
Entonces, entró en el juego el ojosgateados, serio aún, tan raro él, hablándole a la Soye:
-¿Tú qué dices, reina?-la Soye se echó a reír-¿Estás viendo, Orangel?, la vergaja siempre se va en risa. Es alegre la muchachona.
-Seguro que tiene la pepita risueña, Polo-dijo Orangel, sin apartar los ojos de la lycra de Doris.
-¿Que tengo qué? ¡Ay, amiguito!
La mesa se bamboleó un poco.
-Deja de moverte tanto, Soye. ¿Qué van a pensar éstos? ¿No ves las cosas que se les ocurren?
Orangel se atrevió a toquetear la lycra:-Nada malo, cosa bella, te lo aseguro.
-Quita, niño, que todavía no hemos llegado a ningún arreglo.
No, y ya llevaban más de una hora habla que habla, y ya eran más de las seis, ya era de noche… ya los chinos estaban próximos a cerrar, seguramente.
-¿Y ese bostezo, mujer? No me digas que te cayó el aburrimiento.
La Soye volvió a reír, en un tono diferente, eso sí.
-Ningún aburrimiento-dijo luego-. Lo que pasa es que a mi amiga le entró la hambruna. Menos mal que lo mío es estar a la línea.
-¡Quién te oye!
Fue entonces cuando el ojosgateados sacó el fajo de billetes:-Tranquilas que aquí hay money.
Bastante: Un montón de billetes de cincuenta mil, billetes que parecían recién sacados del cajero…
-Las vamos a llevar a comer-añadió el tipo, pensativo.
La Soye tenía la boca abierta.
-Oye, platudo… ¿Cómo es que te llamas tú?
-Polo.
-El polo malo.
-¿Tú también te llamas Polo?
-Yo me llamo Orangel, acuérdate.
-¿Entonces? No entiendo.
-Es que siempre hay un polo bueno y un polo malo.
Doris se impacientó.
-¿No ves que te está mamando gallo, Soye?
La Soye le clavó una mirada fulminadora a Orangel:-¡Te la voy a castigar, amiguito!
Después enfocó de nuevo a Polo:-Entonces, hablando en serio, ¿de dónde…?
De dónde nada: Me levanté y le dije al… le dije a Polo que si nos apurábamos todavía podíamos encontrar abierto el restaurante de los chinos.
-Olvídalo, Doris, a mi no me gusta comer rata.
-Quién dijo que los chinos preparan ratas, eso es mentira.
-Puede que no lo hagan, pero ya se me quedó grabado el cuento. Además, mira tú, tenemos platica suficiente para darnos un gustazo.

¿Para comer como ricos?, ¿igual que los ricachones de la ciudad? Me lo quedé mirando, y bueno, sentí que había captado mi pensamiento, y que además…
-¿Sentiste? Sigue, putica.
-Okey, ya.
La Soye quiso decir algo pero ella le dio un apretón en el hombro: No es bueno hacer preguntas, he aprendido que no es bueno hacer preguntas.
-Siéntate, Doris, ya definiremos lo del restaurante-dijo Polo.
Donangel empezó a sulfurarse:-Conque eso es lo primerito ahora, ¿ah?
-Cálmate, ¿quieres?
-Qué pasa, hermano, si buscamos a estas viejas fue para echarnos unos buenos polvazos.
-Que te calmes, huevón, ¿no entiendes?
-Bueno hubiera sido lo de las pelaitas.
-¿Eso?  Una mierda.
-¿Cómo que “eso”?
Doris quiso terciar en el asunto:-Miren, si ustedes…
-Siéntate-le dijo Polo.
Sí, lo mejor que podía hacer era sentarse; algo había incomodado al muchacho, para qué llevarle la contraria, podía ponerse peor.
-Oigan, ¿han oído hablar de La Isla?-preguntó de pronto.
Orangel dio un respingo:-¿Qué? ¡Ese sitio está lejísimo!
-¿Cuál es el problema? Yo pago el taxi, no voy a tocar tu plata.
-¿También vas a pagarle a éstas la arreglada? No pretenderás llevarlas allá tal y como están. ¡Mira esa lycra!
-Basta, Orangel, no tienes por qué ser así.
-¿Así cómo?
-Tú lo sabes. Y no quiero seguir discutiendo, maldita sea.
-Estamos bonitos, pues, ahora resulta…
-¿Quieres largarte? ¿Quieres que te dé tu plata?
-Ya, Polo, no te sulfures. Sirvan el trago ustedes, muévanse.
-Déjame a mí, Doris, yo me encargo.
Donangel quiso joder:-No, Soye, que lo sirva mi amorcito.
Polo agarró la botella:-Sirve tú-le dijo a su compañero, poniéndosela al frente.
-Okey, hermano, te complazco, que descansen las damas. Y guarda esa plata que la gente puede pensar lo peor. Sino que lo digan las señoritas. A las señoritas
-Mierda, Orangel, te cuesta mucho parar tu jodedera o qué.
-Se acabó. Sirvo el trago, a lo bien.
Paz, paz, llegó la paz, justo a tiempo: los que más pueden nos tenían ya de tema.
Los turistas. ¿Eran turistas de verdad verdad? Cachacos. Bueno, turistas al fin y al cabo; boyacacunos entumecidos para siempre por el frío de su tierra, felices ahora de poder gastarse sus ahorritos de un año en la cálida y soñada Cartagena. Murmuraban: ¿Por qué no se van ésos?, ¿por qué no van a cuadrar su negocio donde les corresponde?, más o menos así, echándoles el ojo.
-Tremenda miradera, ¿no? ¡Me da risa!
A la Soye todo le resultaba chistoso, o bacano:-Bacano ve, ya están prendiéndose las lucecitas del parque.
Las lucecitas de diciembre.
-¡Eso es lo bonito de la navidad!
Del mes, del fin de año: La Soye dijo la navidad y todos volteamos a mirar hacia el parque. -Cómo son las cosas, ¿ah, oficial? Una se arregla y qué, ¿qué pasa?
-Pilas, putica, te estás saliendo del cuento.
-Se pone bonito el parque, y nosotras a la esquina, ¿no?: ¿Le gusté, papito? Venga, cerca de El Zorba hay una cantinita  donde podemos hablar con tranquilidad.
-Menos mal que tú captas, perra.
-Ay, policía.
-Bueno, putica, ya dijiste lo que querías decir. Sigue.
El parque estaba convertido en un arbolito navideño, el centro era un arbolito navideño.
-Salgamos, quiero coger un poquito de aire-dijo Polo.
-Qué aire ni que ocho cuartos, hermano.
-Salimos y buscamos el taxi, Orangel.
-Pero si por aquí pasan taxis en cantidades.
-¡Ya veremos, carajo!
La Soye volvió a inspirarse:-A mi me gustaría pasar por la catedral. ¡Quedó divina!
-¡Bonita mierda!-exclamó Orangel-, ahora resulta que la Soye es toda una religiosa.
-Religiosa no, amiguito, creyente, creo en la Virgen del Carmen.
-¿Solamente en la virgencita?
Polo se impacientó:-Ya, Orangel. Agarra la botella.
-¿Yo? ¿Yo por qué?
-Agárrala que nos vamos.
-A pasear, según parece.
-Trae acá.
-No, deja.
-Ya te lo dije, Orangel, puedes largarte si quieres.
-Lo que quiero es echarme mis polvazos.
Polo llamó al mesero. El tipo, que se había llevado un buen regaño de su jefe, no cabía duda, acudió enseguida, muy solicito.
-¿La cuenta?-preguntó, pasándose la mano por la calva.
-Sí. ¿Cuánto debemos?
-Veinticinco mil pesos.
Polo volvió a sacar el fajo de billetes.
-Veinticinco, ¿eh? Ahí tienes-El tipo estiró la mano-. Espera, primero tienes que decirme una cosita. ¿Te regaño el cachaco ese?
-Éstas saben…
-¿Éstas? Mis amigas tienen un nombre, como yo, como tú. Preséntense, chicas.
Ni modo, tocaba.
-Doris Elena Yepes, así me llamo. ¿Va a anotarlo usted, policía?
-No te hagas la graciosa, putica.
-Graciosa la Soye… Mariluz, quiero decir.
-Mariluz Arenas, calvo lindo, ¿y tú?
El tipo sonrió; sonrío el pobre, pero no alcanzó a presentarse.
-¡Qué pasa, Ever! ¿Te tienen embobado las tipas esas?-le gritó el cachaco, golpeando la registradora.
Polo reaccionó enseguida:-¿Estás celoso, viejo maricón?-exclamó, sin volverse, y luego, empuñando el billete, preparando el proyectil-: ¡Negrero! ¿Quieres tu plata? Ven a buscarla, muévete, malparido.
Se oyó un rumor, y otra vez el rugido del cachaco: ¡Perras!
-Cachaco hijueputa-masculló Polo.
-Mejor deja quieto a ese amargado-dijo la Soye-, después va a querer montárnosla a nosotras.   
Ésa era la verdad, la gran verdad. Polo se quedó pensativo.
-Lo sentí triste, y rabioso al mismo tiempo.
-¿Sabes qué, putica? Te veo grave.
-Problema mío, policía.
-¿Ah, sí? Ya veremos. Sigue.
Polo se levantó:-Andando, nos vamos.
-Ya era hora-dijo la Soye-; no le veo lo bacano a esta refresquería, idiotas los turistas que asoman por aquí.
-Agarra, calvo-el billete, que ahora lucía bien-. Y asegura tu propina, te la ganaste.
El mesero no se atrevió a abrir la boca.
-Cógela, ¿oíste?-añadió Polo-Coge lo que tú creas justo.
-Lo justo, ¿eh, putica?
-Eso dijo.
-Bueno, cuéntame, ¿para dónde agarraron?
-Calma, oficial, no se me acelere.
Polo se despidió del cachaco, desde la puerta, con mímica y todo:-¡Zámpatela, negrero!
-La puerca refresquería, obvio, y por el culo, más que obvio.
-¡Perra ciudad!-masculló luego Polo, sin quitarle los ojos de encima al viejo.
La Soye quiso ayudar:-Ven, hombre, echémosle una ojeada a la novena.
Que ya estaba en lo mejor; porque los pelaitos habían empezado a mandar, quitándole el protagonismo a las carismáticas. ¡Viejas jodonas!  Tan preocupadas por el arbolito, por el niño Dios, ¡por los benditos muñecos!... Ellas tenían que entender que el pesebre le pertenecía ahora a los niños.
-También el parque, oficial, era lo lógico.
-Te sientes muy romántica, putica, ya veo. Cuéntame, ¿entraron?
A Polo le sonó la invitación de la Soye, y luego, ya frente al parque, la cancioncita…
-Esa es Tutaina-dijo, atento a los pelaos-; la cantábamos allá en el barrio-añadió, pensativo. Después echó a andar. 
La Soye festejó:-¡Eso, vamos a hacerles el corito! Pero qué… Oye, yo no dije que abusaras.
Demasiado tarde, Polo andaba rápido.
-¿Estás viendo, Doris? Ése se metió hasta allá.
-Ven, no te quedes ahí.
-Te chiflaste tú también o qué.
-¡Qué vengas, hombre!
-Caramba, putica, te atreviste, ¿ah? Inspirada me imagino.
-…
-Eso es, hazte la muda. ¡Sigue, zorra! 
Entramos al parque con mucho respeto.
-¿Todos? ¿También Orangel?
Claro:-¡Qué mierda!-exclamó-Mejor que yo no diga nada.
-Así me gusta, amiguito, que busques juicio. Mírate, ya estás que cantas.
-¿Yo? Prefiero echar el ojo por ahí. A lo mejor consigo levantarme un chocho decente.
-Dime, putica, ¿sabrá el malparido ese lo que es la decencia?
-Sigo. Cuando llegamos al pesebre…
-Vas a decirme que nadie las increpó, ¿verdad? La gente obró así por decencia. Por DECENCIA, ¿entiendes, putica?
-Entiendo, oficial. Pero qué, ¿se acabó el interrogatorio?
-No te hagas la viva.
-Como ya no quiere dejarme hablar.
-Dime una cosa, ¿se me va a parar la que sabemos?
-¿La verga? Claro que sí, policía, y le aseguro algo más: va a llegarle usted inspiradito a su dama.
-¿Qué estás diciendo?
-Aplíquele el servicio completo, ¿oyó? Ella se lo va a agradecer. Lo normal es que a las doñas les haga falta su buena dosis de verga.
-¡Puta! ¡Grandísima puta!

¿Duro?
Sí, muy duro, una y otra vez: me partió la boca, me hinchó los ojos...
-¿Ya tienes suficiente, perra?
Intenté decir algo, pero no pude, no me salió nada… bueno, sangre.
-Canta, pues, para verte-se burló-. ¿Cómo dice? Tutaina tuturumaina
Canté, ¿ah?, en el parque, también cantó la Soye…Y tú sonriente:-Caramba, me salieron cantantes ustedes.
La Soye sonrió, un poco triste en verdad.
-No inventes, Polo-dijo luego-, cantantes los niños, ellos sí que cantan.
Sé bien que te preguntaste qué le pasaba a mi compañera, hasta ella se dio cuenta de eso, ¿no?
-¿Por qué me miras así?
-Por nada, Soye.
Y se me da a mí enseguida por hablar del pesebre de la seño Cristiana…
-Era el más bonito de San Juan. Los viejos me llevaron a verlo un veinticinco.
-Me imagino que estabas muy pelaita entonces. ¿O me equivoco?
-Tenía unos siete años, Polo.
-Siete, ya.
Dos más que Kevin, me dije, y fue como si me hubieras leído el pensamiento: los dos volteamos a mirar a la Soye…
-¿Están viendo? Ya van a repartirles los dulces.
Los pelaitos se arremolinaron alrededor del papá Noel, intensos todos ellos; bueno, había uno que llevaba la delantera. A la Soye se le iluminó el rostro…
-¡Lo sabía yo! Ese morenito… yo lo sabía. ¡Qué vivo!
Sí, el morenito de la gorra era el más agalludo: metía una mano en la bolsa, luego la otra…
-Es vivísimo, ¿verdad?
-Bastante, Soye.
-¡Vivísimo ese pelao!
Notaste entonces que la Soye tenía los ojos enguarapados, y también que el repelente de tu amigo se acercaba. Te pusiste inquieto.
-Bueno, vámonos.
-Muévete, Soye, pilas.
-Ya voy, Doris, espérate.
Llegó Orangel:-¿Se aburrieron ustedes de cantarle al niño Dios? ¡Por fin!
Tutaina, tuturumaina…:-Entonces, putica, ¿qué sigue? Olvídate de los villancicos, a la mierda el bendito pesebre y toda esa pendejada, avanza el rollo.
Lo hice, y con gusto...
-¿Estás diciéndome que salieron a pasear?
-Que caminamos.
-Explícate, maldita sea.
La cuestión era adónde nos dirigíamos en definitiva:-¿Seguimos derecho, Polo?
-Sí, Doris, para después salir a la torre.
-Como cualquier grupo de turistas, ¿eh, putica?
Orangel se sulfuró, ahora sí.
-Conque a la torre, qué bonito. ¿Qué es lo que te está pasando a ti, Polo?
Entonces volviste a sacar el fajo de billetes:-¿Quieres ver cómo nos pasean los cocheros, Orangel?
-¡Qué hombre, putica! Y sé lo que vas a decirme ahora, lo adivino.
Que a Orangel le tocó quedarse callado…
-Sigue, grandísima puta.
…calladito, calladito. Y yo con unas ganas de reírme; tremendo sonso, tanto protestar, ¿y para qué?, para quedar de guía.
-El tipo tiene el tranco largo, oficial.
-¡Adónde las llevas, cabrón!-le gritó alguien desde Obsesiones.  
-A mi esta vaina me da vergüenza, Polo, sinceramente.
-Cierra tu puerca jeta, amiguito, ya me tienes jarta.
Peligro, te dije, y tú me entendiste. Conozco bien a la Soye: hay que tenerle miedo cuando se emputa.
-Me estás volando la piedra, pendejo, te lo advierto.
-Qué carga la zorra esa, putica, ¿una cuchilla?
-Ay, policía.
-Qué carga, ¿ah?
Se lo dije, Polo:-El asco, carga el asco. Con eso basta.
Me entendió, no tuve que explicarle nada.
-¿Sigo?
-Dime, ¿cómo reaccionó Orangel?
-Me la encaminó.
-No me digas.
El muy estúpido:-Vamos, amorcito, pilas.
-¡Suéltame!
-Ni de vainas, tú vienes conmigo.
-¿Qué pasa, Orangel?
-Que me voy, Polo, pero me llevo a ésta.
La Soye no pudo aguantar la risa, y con razón.
-¿Ya te olvidaste de tu invento, papi? ¡No puede ser!
Nos iban a comer en la misma cama; él le daba a una, tú a la otra... después seguía el cambio de pareja.
-Qué pasa, amiguito, me tienes decepcionada.
-Quien te ve tan risueña, maldita zorra. Apuesto a que tienes algún muerto encima.
-¿Lo tiene, putica? Cuéntame.
-Varios, me imagino.
-Te recuerdo que esto es un interrogatorio.
-Tres o cuatro, al igual que yo.
-¿Quieres hacerte la graciosa, grandísima puta?
Entonces disparé, Polo, con fuerza… que disparé, me dices tú, ¿sabes? Primero al malparido que me arrastró hasta la estación, después al oficial. El oficial quedó ciego por un momento… Bueno, te ahorro los detallazos con los que me premió...
-Oye lo que te digo, putica: tu Polo le dio demasiada burundanga al concejal, es probable que el tipo no se recupere. Quiero oírte ahora, vamos a ver, quiero que te portes seria. 
Comprendí:-Usted…
-¿Qué hizo?, ¿qué le hizo a su compinche?
-Lo golpeó.
-Defendió a tu amiguita, ya. Quiero los detalles, pilas.
-Lo golpeó contra la puerta de un almacén.
-Sigue.
-Le partió la cabeza.
-¿Bastante?
-El problema…
-Ningún problema.
-La gente no me dejó ver nada, comprenda.
-Pero después pudiste repararle bien las manos al muy hijueputa, ¿no? ¿Cómo las tenía?
Ni modo, Polo, le pinté unas manos sucias de sangre.
-De manera que al tipo le tocó limpiárselas antes de ponértelas encima. Ahora sí empiezo a comprender. ¿Será que el tal Orangel estiró la pata? Su vale lo dejó casi muerto, putica. Eso dicen los testigos.
Los cabrones de Obsesiones, seguramente.
-Los golpes en la cabeza son malos, esos golpes son muy malos. La persona queda viva, pero más tarde le sale la cuestión, pasados dos o tres días... Qué vaina, putica, tu Polo se metió en un lío grande. 
Piérdete, ojitos, no te quedes en Cartagena.
-Entonces, putica, cuéntame, ¿cómo fue la huida?
-Cuando Polo vio que la gente quería detenerlo, me agarró por el brazo y echó a correr.
-¿Sí? Tan  romántico el tipo. Qué te dije, ¿ah? ¿Ya se te olvidó?
-Corrió y yo me le pegué.
Menos mal que eso también es verdad. ¿La verdad?
-La verdad, Doris, es que yo intenté darte la mano y arrancar a correr.
-Cuando te quitaste de encima al cabeza rambada.
-Sí, fue en ese momentico; pero entonces me cayó el man de la chaza.
Estuvo bien que le dieras su totazo. Yo apreté a correr apenas lo vi patas arriba, al mismo tiempo que tú.
-Te le pegaste, putica, hecha la romántica. Te importó poco dejar abandonada a tu compañera.
-La Soye sabe defenderse.
-¡La muy perra! Sigue. ¿Hasta dónde corrieron ustedes?
-Doblamos por la esquina del Ley y salimos a la avenida.
-Y allí cogieron el coche.
-El taxi.
-Qué pesar, ¿no? Los taxis resultan poco románticos. Bueno, al grano, ¿te dio mucha verga el tipo, allá en La Isla?
Tenía que decirle que sí, pero sin entrar en detalles.
-Yo quise complacerlo-se me salió al final.
-Mírame, grandísima puta.
-Se portó muy bien conmigo; me compró ropita, me llevó a un sitio de lo más bonito…
-¡Qué me mires, zorra!
Lo miré. Claro, con las mismas ganas de hacía un rato…
-¿No se te ocurrió preguntarle al malparido ese cómo había hecho para levantarse sus lindos  billeticos?
-No. Nunca me ha interesado saber de dónde le vino la plata al tipo con el que me voy a acostar.
La verdad es que prefiero hacerme a la idea de que el cliente que me tocó es la peor persona del mundo, eso ayuda.
-¡Puta y ratera!
-Yo no le he robado a nadie, policía, jamás. Hasta procuro moverme bien, ¿sabe?
-Vamos a ver si te sigues moviendo en la cárcel, putica. Dudo que salgas limpia de este asunto.
El concejal se encuentra bien, pero está ardido.
-Sobre todo porque las malas lenguas andan diciendo que la burundanga se la dieron en un puteadero. ¿Qué toca hacer? Tranquilizar al hombre; sus paisanos van a recibir dentro de poquito la verdadera noticia: hay una puta metida en el cuento… ¿Que se mueve en el cuento? Sí, si, pero… pero pero… Adivina, cariño. Solucionado el caso. Entérate, pendeja: en esta ciudad mandan los señores concejales. Como dijo un periodista por ahí: ´´Estamos bajo el Poder del Partido Único del Concejo.´´ ¡Pero qué vas a entender tú! En fin, para mí está más que solucionado el caso.
Piérdete, Polo, no te quedes aquí, ¡ya te lo dije! Es cierto, al oído, queda…
-¿Quieres que me vaya de La Isla?-dijo Polo, sonriéndose, recostando la cabeza en la almohada.
-No juegues.
-A lo mejor te paro bolas.
-Ojalá. A ti te preocupa el tal Zarate, supongo.
-No le cuadró el cambio. Orangel le había hablado del gerentico.
-Y ahora me sales con el cuento del concejal. ¿Un concejal? ¿Barrera? Yo no toco a ese tipo.
-Zarate se enamoró de la colonia, Doris.
-¿De qué estás hablando?
-Cuando a Zarate le huele bien la colonia de un Funcionario, se enamora de la colonia y del Funcionario.
-Entiendo, sé a qué le temes.
-No estoy asustado, ¿oíste? Me choca que Zarate tenga semejante caída. Para mí eso es lo peor que le puede pasar a un tipo como él, que vive al pie de la ciénaga.
-¿Qué tanto hace en el Club?
-¿Quieres que te diga la verdad? Sólo falta que su prima lo ponga a lavar las pantaletas de las muchachas. ¿Ves? Me choca el man.
-¿Le has dado su buena puñera?
Polo sonrió.
-Si la embarra ¡qué carajo!-exclamó luego, levantándose.
Echó a andar hacia la ventana. Se detuvo.
-¿Quieres verme boxear, Doris?-preguntó, volviéndose.
-Sí, dale.
Polo se cuadró, la guardia arriba.
-Nunca fui bueno defendiéndome-dijo sin embargo, y lanzó el primer golpe-: Ése era mi recto de derecho, cariño.
-¿Era?
Siguió moviéndose, finta va, finta viene.
-¿Le doy?
-Dale, Polo.
-¡Buen uppercut!-exclamó a continuación-Mi mejor golpe; con ése fulminé al Pantallero Sarabia,  que me estaba pegando duro-Una finta más y bajó los brazos. Se plantó frente a la cama-.Bueno, los dos nos estábamos dando de lo lindo. Los comentaristas dijeron al final de la pelea que había sido un combate muy reñido, que ambos boxeadores habían demostrado tener mucha bravura pero poca técnica.
-Osea…
-Que no sabíamos boxear, por eso mismo terminamos tan deformes. Mamá le preguntó a Vanegas, mi entrenador, que si yo le iba a seguir llegando así, y el viejo le dijo que podía estar tranquila porque definitivamente a mi me sobraba talento para el boxeo, que Sarabia me había castigado bastante pero que mi próximo rival no iba a poder tocarme, y mucho menos la cara, que él se encargaría de pulirme al máximo, y le dio y le dio a lo de mi talento. Mamá esperó a que se quedara callado. “Y usted qué cree, Vanegas”, le dijo entonces, “¿que para lo único que mi hijo tiene talento es para tirar puño? ¡Es un buen estudiante!”  
-¿Lo eras, Polo?
Polo se dejó caer en la cama:-¡Bien noqueado!-exclamó luego-Es lo que yo me digo.
Doris guardó silencio.
-Y mira tú-prosiguió Polo-, lo que puedo contar es que me fajé una pelea en el Centro de Convenciones. ¡Aplaudan! ¿No aplaudes, Doris?
-Ven acá.
-¿Crees ese cuento?
-Claro que lo creo.
-Mejor pregúntame.
-¿Qué?
-Si gané la pelea ¿por qué no seguí boxeando?
Doris se levantó:-Ven, vamos a pasear.
-Vanegas tenía razón-dijo Polo, inmóvil-, mucha razón: me jodió la reclamadera… De no haberme puesto en ésas, seguramente hubiera podido conservar la esperanza de que por lo menos la Liga me pagara la platica de la medalla.
¿Te ganaste una medalla?
-Gracias a un uppercut. La Liga se había comprometido a entregarme unos pesos si la ganaba, pero después me salió con un cuento todo raro. ¿Quieres saber lo peor?
-Dime.
-Un funcionario me acusó de loco, le dijo a todo el mundo que yo me había vuelto loco, que lo estaba persiguiendo, que el día menos pensado podía hacerle un daño. Se inventó eso.
-Qué hijueputa. 
Doris se tendió a su lado. Polo la miró de reojo, inexpresivo; después clavó los ojos en el cielo raso.
-¿Te acuerdas de Sarmiento, el tipo que se lanzó a la alcaldía?
-¿El de la gorrita?
-Ése, el de la pinta beibolística. El discurso que echó allá en el barrio fue todo un show. Dijo que había pasado hambre, que había estudiado con mucho esfuerzo, que había sufrido mucho en esta ciudad pero que por eso mismo la quería demasiado…
Doris soltó un silbido.
-Pregúntame, no te quedes callada-dijo Polo.
-Qué quieres que te pregunte ahora.
-Por qué no lo levanté a muñeca.
-Dímelo.
-El tipo había noqueado a varios, tenlo por seguro; y no sólo en la calle, también en el coliseo, en la plaza de toros, en el Centro de Convenciones…
-¿Estás suponiendo…? ¡Bonito boxeador! A lo mejor boxeó en el concejo. Fue concejal, ¿no?
-Varios años.
-Bueno, imagínate la cantidad de peleas que debió fajarse. ¡Y todo por la plata!
Polo sonrió, y Doris no desaprovechó la ocasión:-Ven, hombre, vamos a pasear-le dijo, melosa, incorporándose, tendiéndole la mano.
-¿Te gustó el paseo de hace un rato?
-Mucho. Y el vestidito también.
-Es tuyo. ¿No vas a ponerte la pantaleta?
-No sé. ¿Tú qué dices?
-Quédate así. Qué carajo.
Doris modeló un poco, exhibiendo su vestidito de tirantes:-¿Se ajó?, ¿está ajado?
Polo permaneció en silencio. Después se sentó en el borde de la cama, pensativo.
-¿Qué pasa?-preguntó Doris, encarándolo.
-Pensaba en Lucy-dijo al fin Polo.
Doris caminó hasta la cama, se sentó:-Yo fui a muchos quinceañeros-dijo, alisándose el vestidito-, y la verdad es que todos terminaron bien. En mi pueblo no había pandillas ni nada de eso, los pelaos eran muy sanos.
Polo se removió, inquieto.
-Vas a ver, voy a contarte algo-dijo a continuación-. La chica bacana de mi cuadra, la mona chévere, le decían, tuvo un niño hace dos años, hijo del pueblo, lógico. La vergaja le dio la teta a la  criatura durante un mes y después se largó quién sabe a dónde. Según ella el pelaito la estaba matando…
-¿Vive?-preguntó Doris, volviéndose-El pelaito, quiero decir.
-Claro que vive. Lo cuidan su abuela y sus tías, y también las vecinas, como es tan “precioso”. Y el abuelo está aportando una platica. El monito es la estrella de la cuadra. Ojo: el monito.
-¿Qué quieres decirme?
-Es el caso de El Yoki, tenía que crecer y creció, y alimentarlo y mantenerlo ya era otra cosa, y darle los estudios tremenda complicación, la abuela no podía, el abuelo prefería mandarlo a trabajar, los vecinos no estaban obligados a colaborarle… “Tanto que yo cargué a ese muchacho”, se cansó de repetir la señora Delia el día que enterraron a Lucy. Después quiso evitar que siguiera la guerra, pero Elvin no estaba dispuesto a perdonar al asesino de su hermana, y los de su pandilla tampoco, y entró la policía en el cuento y la cosa empeoró: Lucy había andado de pandillera, todos andábamos de pandilleros. Yo caí en una de las primeras batidas. “¿Boxea? ¡Denle más duro a ese hijueputa!” Me ayudó uno de mis antiguos profesores: que yo era un muchacho sano, que hasta había sido un magnifico estudiante… Y bueno, así consiguió que los tombos me soltaran. Tuve que perderme, porque se decía que la Autoridad me había puesto en la calle sólo para poder quebrarme sin meterse en problemas. Me fui para Clemencia, de allá son mis abuelos maternos; y mira tú, allá pasé mis únicas vacaciones, varios meses. ¿Salimos?
Polo se había puesto de pie. Recogió la camisa de la cama y empezó a repararla.
-¿Se arrugó?-preguntó Doris, levantándose.
-Qué va.
-Cómprate la roja, la que vimos en el kiosco.
Polo le echó otra ojeada a la camisa.
-Me quedaría faltando la amarilla para completar la bandera-dijo luego.
-Amarillo, azul y rojo/tu cabeza tiene piojo-recitó Doris, riendo-. ¿Qué tal el verso?
-A mi me castigaron por uno que era peor-dijo Polo.
-El buen estudiante se portó mal.
-Ya ves.
-¿Cuál dijiste?
-El de Bolívar. Simón Bolívar nació en Caracas
 -…comiendo yerba como una vaca. Me imagino el castigo que te dio el profesor.
-Pues no te lo imaginas. El tipo me había cogido rabia. ¿Por qué? Ni idea. Qué rabia la suya. Me vengué poniéndole un apodo. Y salí ganando, créeme.
- Te creo.
-Podía uno encontrar alguna gracia, ¿no?
-Yo tenía unas amigas que eran tremendas, que me impulsaban… hice muchas maldades.
-Nosotros teníamos nuestras aliadas.
-¿Eran muchas?
-Cuatro. Las comadres, les decíamos.
-Hacían bonche.
-Bastante.
Polo empezó a ponerse la camisa.
-Oye-le dijo Doris, acercándosele-, hay algo que no me has contado.
-Dime, pregunta.
-Ven, yo te voy abotonando.
-¿Qué quieres saber?
-¿Alcanzaste a hablarle a Lucy de lo tuyo?
Polo se miró la camisa, la alisó un poco.
-Lucy ya tenía quien la encantara-dijo luego, levantando la cabeza.
-¿Sí?
-Ése era su gran secreto. Estaba tragada de Petaca, uno de los pandilleros que andaban con Elvín. El mancito había sido compañero suyo en el colegio; allá le empezó a ella todo. Y fíjate como son las cosas, fue Petaca quien destapó el ataúd del Yoki, quien le abrió el camino a los otros: “¡Denle a ese hijueputa!”… Había que darle puñal, la despedida.
Polo volvió a alisarse la camisa, pensativo.
-Ven, vamos a comprar la otra-le dijo Doris, tomándolo del brazo.
-La roja, ¿ah?
-Sí, la roja.
-Okey, okey.
-Vas a tener que lucirla, ¿oíste?
-La luciré, tenlo por seguro.
Amarillo, azul y rojo

Piérdete, ¿sí?
-Es lo mejor, Polo.
-¿Qué quieres darme a entender?
-Pero si ya te lo he dicho.
Polo volvió a enfocar al sujeto de la camisa...
-Mira, es la figura, la gran figura-dijo finalmente, con sorna.
El riquito pasaba de un bohío a otro, la copa en la mano, luciendo su nueva camisa, ¡enrojecido!…
-Le queda ancha-dijo Doris.
Polo se levantó del descanso:-¡No inventes!-exclamó.
-Mira, se va.
El tipo había echado a andar en dirección del kiosco, tarareando una canción, eso se veía. Se movía con muy poca gracia, pero la gente de los bohíos parecía estar dispuesta a festejarle todo. ¡Música!, ¡Música!, gritaban algunos a su paso.
-Siéntate, Polo.
-Me estoy sentando.
-Acomódate bien.
-Eso hago.
Polo se tendió por completo en el descanso. Doris hizo lo propio.
La brisa que provenía del mar los adormeció, gratamente, pero como llegó la música…
-¿Qué es eso?-preguntó Polo, volviéndose.
Doris se incorporó un poco:-Un conjunto-dijo luego-. Parece… Viene un conjunto vallenato.
Polo comprendió: lo traía el riquito. Se levantó de un salto:-¡Malparido!-exclamó enseguida.
El muy malparido bailaba, festejaba…  la camisa en la mano, agitándola.
-¿Regresamos al cuarto?-preguntó Doris, pero Polo no le prestó atención.
El conjunto tocaba un vallenato romántico, el riquito apretaba la camisa contra su pecho, casi sin moverse, siguiendo la melodía: Acompáñame eh eh eh eh eh/ Acompáñame eh eh eh eh eh… Estaba por definirse cuál de los bohíos se quedaba con el show; “Acá, Pablo”, se oía en uno, luego en el siguiente, y así.
-¡Riquitos de mierda!-exclamó Polo, volviéndose, apretando los puños-¿Qué te dije, Doris? ¿Ves? ¡Se jodió La Isla!...
-Ven, vamos para el cuarto.
-¿Qué? No voy a hacer eso.
No; quería hacer otra cosa, podía darse ese lujo.
-¿A dónde vas, Polo?
-No te preocupes.
Doris le cerró el paso:-Deja en paz a esos fulanos.
-Pero si lo que yo quiero es que canten acá.
-No te hagas el bobo, tú sabes de quienes estoy hablando.
-Que se vayan a la mierda. ¿Tú crees que a esos riquitos les gusta el vallenato? ¡Pantalleros!
-Ven, espera a que el conjunto termine de tocarles.
Polo se quedó mirando un instante al de la camisa, que seguía bailando, rumbo al bohío elegido: ¡Pablo!, ¡Pablo!, coreaban las muchachas, mientras él apretaba y apretaba la camisa.
-¡Payaso!
-Ven, vamos a sentarnos.
-Se cree muy gracioso el malparido.
Bailaba y festejaba idénticamente a Barrera, al Señor Concejal: ¿Quién era el más divertido de la zona VIP?: ¡Vengan, muchachas, vengan, aquí está su Jefe!
Orangel quiso hacerse el gracioso:-Qué pasa, Polo, ¿te choca que el man tire tanta pinta?
-¡Vaya, puerco!
-Te choca, por eso se te ocurrió lo del cambio.
-¿Vas a seguir con esa huevonada?
-¡Mira cómo baila el man!
-Y babea.
-Qué va; tiene a las muchachas contentísimas.
El doctor trastabilló.
-No se cae, Polo, vas a ver.
No rodó por el piso gracias a que las muchachas lo sostuvieron a tiempo. 
-¡Ahora sí que está inspirado el doctor!
-Ve a olerle la colonia, Orangel, anda.
-¿De qué mierda estás hablando?
-Trae acá.
-¿Qué cosa?
-¿Qué va a ser? Yo me encargo, déjamelo a mí.  
-Toca avisarle a Zarate. Y mira, se nota que el man no quiere soltar a su consentida.
-Es una pelaita apenas, qué hijueputada.
-Qué putica, más bien. Todas las hembras de El Marino son así. Oye, ¿qué tal si regresamos?, con esas chicas lo de los polvazos nos saldría ¡uy, para qué te cuento!
-¿Qué? Olvídalo, Orangel. A lo que vinimos, ve a buscar a Zarate.
-Se va a emputar, júralo.
-Me importa una mierda.
-Bueno, ahí tienes al tuyo. ¡Mira cómo baila!
¿Qué provocaba?, ¿qué provocaba hacerle?... ¿Qué provoca hacerle, Doris? Deformarlo, de tanto darle y darle. Pobre riquito... ¡la camisa roja!
-Siéntate, Polo; me tienes nerviosa.
-Fresca, yo estoy tranquilo.
-Siéntate, ¿sí? ¿O volvemos al cuarto? ¿Qué dices?
-Mira, ahora están bailando todos.
El conjunto estaba tocando un vallenato discotequero; el riquito de la camisa había armado un trencito, que él mismo conducía, avivando a los otros: ¡Las mujeres!, y el trencito se movía al ritmo de las damas; ¡Los hombres!, y el trencito se movía al ritmo de los caballeros.   
-¡Riquitos de mierda! Ya se jodió La Isla, Doris, definitivamente.
-Bueno, eso…
-¿Eso qué?
-Eso nos quiso dar a entender el taxista, Polo.
Cierto:
-Tiene poca fama, ¿verdad, señor?
El tipo abrió su puerca boca:-Tenía.
-¿Cómo así?
-Ya van a ver.
Y lo primero que vimos fue el montón de camionetas, ¿no?, parqueadas frente a los bohíos y las cabañas, en buena parte de la playa.
-Se llena todos los viernes, se los digo porque…
-Pare.
El taxista frenó:-Tú dirás, hermano.
-Devuélvase. Nos devolvemos.
Yo no quise rendirme:-Ay no, Polo, sigamos.
Y el taxista volvió a abrir su jeta:-Les cuento una cosa, dentro de poquito…
-Qué, ¿se elevan todos ésos?
-Montan la buena.
-La buena, lógico.
-Algunos llaman a sus prepagos-precisó el taxista, haciendo todo lo posible por no mirar a Doris…
-Suficiente, ya te entendimos.
-Ven, Polo, hablemos.
Salimos del taxi, nos encaminamos hacia la playa.
-Quedémonos, ¿sí?
-Mira, Doris, tú dirás que soy raro, pero a mí hay cosas que me chocan.
-Pues aguántate. Hoy, quiero decir.
-Hoy, según tú.
-Sí, hoy.
-Está bien. Pero te lo aseguro, ¡ya se jodió La Isla!
Definitivamente.
-Camina, Polo, ven, encerrémonos otra vez.
-Estoy jarto de esta ciudad, Doris. ¿Tú no? ¿Todavía te gusta Cartagena?
¡Piérdete, ojitos! 
Fin
     
     




martes, 27 de agosto de 2013

Publico a continuación un cuento que escribí hace algunos años, y que hace parte de mi colección: '' ¡Santa Meri de Cartagena!''

UN DESASTRE
En la nueva oficina de Atención de Desastres suelen pasar, como diría Sol Caliente, el mensajero de Gobierno, “cosas de cosas”, básicamente por su estratégica ubicación: queda a sólo dos pasos de la Cafetería; además, cuenta con un área de atención tan amplia, tan acogedora…
-Están todos invitados-pregona el mensajero.
Antes, cuando la oficina no tenía nombre siquiera y a duras penas ocupaba un asfixiante rinconcito entre Planeación y Obras, nadie solía acercarse por allí, mucho menos Sol Caliente, que necesita sentirse a sus anchas para soltar la lengua como debe hacerlo un servidor público que en virtud de la naturaleza de su labor no puede considerarse escaparate de nadie, y que además se sabe dueño de un humor picante e ingenioso, y una gran capacidad histriónica, a menudo adornada con mímicas y cabriolas. Fue precisamente luego de una de sus chistosas cabriolas cuando el doctor Pestana, el hombre fuerte de Gobierno, se percató del mal trato que su Secretaría le estaba dando al personal de Atención de Desastres...
-Se acabó el chiste, doctor.
-Ya veo.
-Todavía no ha visto nada.
-¿Cómo así?
-Asómese a esa oficina.
-¡Caramba! La verdad…
-Como ve, nuestros amigos de Desastres viven más apretujados que la pobre gente de las invasiones-le dijo el mensajero -. Se ganaron su casucha, doctor ¡Pobre Desastres!
-Debo admitir que es una falla-manifestó el doctor Pestana.
Sol Caliente atacó de nuevo:-Vea, le cuento que la niña Cele ha perdido hasta las nalgas por culpa de la apretadera.
-¡Oh!
-¿Sigo?
-Siga.
-Vea, docto, así nadie puede trabajar con gusto; adiós apetito, adiós buena cara, adiós todo. Y además, ¿quién va a acercarse a una oficina como ésa?, ¿quién? Nadie, docto. Por ahí andan comentando que a los que se portan mal en las otras Secretarías los asustan diciéndoles que los van a trasladar a Desastres ¡Desastres espanta! Asómese para que vea, docto.
En consecuencia, el doctor Pestana no tuvo más remedio que palpar la cruda realidad: ¡Oh, Dios!, tanto Cele como sus dos compañeros de oficina, Tomasito y Dionisio, estaban laborando en un ambiente de lo más deplorable. A la pobre señorita Cele no sólo le faltaba espacio para acomodar su voluminoso trasero, como había insinuado Sol Caliente; en realidad, carecía de muchas cosas, de todo lo indispensable para desarrollar un buen trabajo de oficina. Pero no, eso era lo de menos, ya se sabe que lo importante es el ambiente, nadie puede vivir sin aire y sin luz, y ¡Cele estaba asfixiándose!, y ¡Cele andaba casi a tientas!: muy cierto, sus lentes necesitaban más aumento y más aumento cada día. Era injusto tratar así a una mujer que por lo visto se había casado con la Gobernación-¡Qué vivan felices!-, y que en vista de ello había recorrido prácticamente todas las Secretarías, demostrando una eficiencia poco común entre tantas Asistentes acostumbradas a redactar sólo una página diaria y punto. Por lo tanto, resultaba inadmisible reprocharle a Cele que en la actualidad se comportara de manera negligente. “Ya no puedo contar ni con los chistes de Tomasito”, sostenía la mujerona. Era imposible: Tomasito, que siempre había hecho gala de una chispa a lo Sol Caliente, estaba ahora tan apagado como la única lámpara del brevísimo espacio que ocupaba en la casucha, algo que se empeñó en demostrar el buenazo del mensajero, por supuesto. Pero al pobre Dionisio no le iba mejor; se había encogido, y así, permanecía semioculto detrás del enorme mamotreto que tenía por máquina de escribir.
El doctor Pestana tomó entonces la determinación de cambiar las condiciones de vida de la gente de Atención de Desastres. Para llevar a cabo dicha transformación, ordenó trasladar todos los estantes y muebles que ocupaban el viejo y sagrado archivo de la Secretaría a una bodega del primer piso donde al decir de muchos habita más de un espanto. Quedó así un amplio espacio entre Jurídica y la Cafetería.
-Aquí-anunció el doctor, solemnemente-funcionará la nueva oficina de Atención de Desastres.
Luego, una vez acondicionado el sitio, gestionó la compra del mobiliario y los elementos de trabajo. Y a decir verdad, éstos tardaron muy poco en llegar. De modo que Desastres pasó a convertirse en la más moderna y acogedora oficina de Gobierno.
-¡Impacta!-exclamó Sol Caliente-¡Desastres impacta!-repetía una y otra vez, de oficina en oficina, de Secretaría en Secretaría.
No era para menos: bastaba echarle una ojeada al mobiliario, al ambiente, a la nueva cara de Cele; había que oír los chistes de Tomasito, y ver como se había desentumecido Dionisio, ¡ya no tenía joroba!...En verdad, como impactaban los cubículos azul tranquilidad, los muebles y escritorios, todos de madera, todos tan pulidos. Y ni que decir de las sillas giratorias, los tapetes, los cuadros decorativos, y los dos amplios y confortables butacones para el público
-El docto la sacó de jonrón-concluía Sol Caliente.
De un día para otro Desastres se había transformado en la oficina de todos, en la escala obligada de cualquier excursión del personal a la Cafetería. Como era de esperase, la señora Delia, la de los tintos, ofició desde un principio como guía y anfitriona, auxiliada por Berta y Sarita, las dos insignes Asistentes de Gobierno. Circula un chiste acerca de la larga permanencia de éstas dos mujeres en la Gobernación, un chiste muy distinto del aplicado a Cele en razón de la misma circunstancia, algo apenas lógico puesto que Cele trabaja, en cambio, Berta y Sarita bien podrían hacer parte del inoficioso mobiliario de la ahora reluciente Desastres, la verdad es que en ocasiones cumplen fielmente con ese papel: Sosténganme esas carpetas ya que están por aquí, les dice Cele a menudo, feliz de no tener que desplazarse hasta el archivo. Según el chiste a Berta y a Sarita les van a conceder muy pronto una placa de reconocimiento: el activo 0001 para Berta, y el activo 0002 para Sarita.
Pero con placa o sin ella, Berta y Sarita acabaron por unirse definitivamente al grupo de Desastres. Luego, de manera espontanea, fueron surgiendo las Citas, Convenciones, las llama Sol Caliente, quien también pasó a ser parte del grupo. Las Citas las llevan a cabo todos los días, regularmente en la oficina de Cele. La primera tiene lugar entre las siete y treinta y las ocho de la mañana; la segunda, después del almuerzo, entre la una y las dos de la tarde. A veces, participa en ellas alguien más: Gregorio el Amargado, uno de los Asesores del Programa de Asistencia Social, pero solo para pasársela criticando y llevarle la contraria a todos, por lo que ya casi nadie lo toma en cuenta.
En vista de las “cosas de cosas” que pasan en Desastres, Berta, Sarita y compañía siempre tienen un tema para sus  Convenciones. Sol Caliente suele encargarse de refrescar los casos más comentados.
-El premio mayor-sostiene-se lo lleva la pelotera de las dos Asistentes de Obras.
INGRITH vs MINERVA.
Ingrith: Curvilínea ella, y dueña de una colección de falditas poco apropiadas para la frescura de sus constantes cruces y descruces de piernas.
Minerva: Bajita y rellena, pero muy convencida de la atracción que ejerce su empinado traserito.
El ingeniero Álvarez: Alto, simpático, con plata, carro...
La disputa la definió el concepto 90-60-90, al fin y al cabo es lo que está de moda: el ingeniero Álvarez eligió a Ingrith. Pero Minerva fue incapaz de comprender tal elección:
-¿Esa flacucha? Esa flacucha no me a ganar a mí-aclaró, gritó, publicó. Luego, empezó a perseguir a Ingrith, e Ingrith a rehuir cualquier encuentro con ella. Finalmente, Ingrith fue cazada por culpa de un yogurt, del 90-60-90, cabe decir, pues el yogurt hacía parte del proceso destinado a conservar inalterable su figura de barbie. Ingrith, yogurt en mano, intentaba llegar a la Cafetería, pero Minerva había preparado muy bien la emboscada: se ocultó en Desastres, en la oficina de Dionisio. ¡Y en desastre terminó todo! Lo cierto es que Ingrith salió mal librada del combate, a pesar de que no le faltó con que defenderse, dado que Dionisio cuenta con abundantes elementos de trabajo. La Barbie quedó fulminada, tendida sobre el tapete y abierta de piernas... En consecuencia, alguien corrió a buscar al ingeniero Álvarez; nadie se atrevía a tocar a su chica.
Hay otro caso muy sonado: el guayabo del doctor Paredes. Paredes, el Cincuentón, así le llaman todos por debajito, labora en Gobierno, en Jurídica propiamente, y a diferencia de buena parte de sus compañeros, se ha distinguido siempre por ser un hombre serio, muy formal y bastante zanahorio. “Yo creo que se le murió alguien”, sostiene Sol Caliente, “o más bien algo”, añade, muerto de risa. Sorpresivamente, el cincuentón  decidió suspender su luto por un día: se le ocurrió, cierto jueves de Nómina, seguirle la corriente al combo de alcohólicos de Gobierno. Como era de esperarse, su organismo, acostumbrado al guarapo y la Coca Cola pero no al whisky, se resintió demasiado; el pobre de Paredes amaneció al día siguiente con un guayabo que estuvo a punto de recluirlo de manera definitiva en el baño de Jurídica. El asunto se complicó debido a que el doctor Pestana, muy al tanto de la juerguita, quiso verificar personalmente el comportamiento laboral de los enguayabados. De modo que a Paredes no le quedó otra alternativa que suspender sus excursiones al baño y aguantar como un mero macho las  ganas de vomitar. Le fue bien; enfrentó con buena cara y mano firme el saludo detectivesco del jefe mayor. Sin embargo, el malestar no lo había abandonado, no paraba de revolverle todo; en vista de ello decidió buscar un refugio que le permitiera sobrellevar semejante circunstancia, encontrar reposo, pero que no fuera el baño; y claro, escogió a Desastres, más exactamente la oficina de Tomasito. El buenazo de Tomasito le cedió su escritorio sin reparo alguno.
-Te acompaño en tu pena-le dijo.
Ahora bien, pasó lo inesperado: Pestana decidió repetir su ronda de inspección al cabo rato; volvió a pasearse de oficina en oficina, de rostro en rostro.
Tomasito alertó a Paredes:-Pilas, superenguayabado, tienes que regresar a Jurídica-le dijo, afanoso, pero lo único que consiguió fue acelerarle las ganas de vomitar.
-¡La caneca! ¡Dónde está la caneca!-exclamó el Cincuentón, ya con la mano en la boca. Tomasito, preocupado por la probable cercanía del doctor Pestana, no le prestó la atención debida al ruego de Paredes, por lo que éste, a fin de no vaciar su estomago en algún sitio visible, procedió a abrir una de las gavetas del escritorio...; luego, volvió a cerrarla. Tomasito se negaba a creer lo que había visto, hasta quiso echarle una ojeadita a la gaveta, pero justo en ese instante asomó el doctor Pestana. No entró, asomó la cabeza, frunció el seño y se fue, afortunadamente para Paredes, pues contrario a lo que él se había imaginado, su estomago almacenaba aún algunas cositas; a decir verdad, apenas tuvo tiempo de volver la cabeza y acomodarse… en la otra gaveta.
-¡Pobre Tomasito!-suele decir Sol Caliente-, Paredes le pringó todas las Playboy.                                                           
Sol Caliente Tiene otras historias parecidas, pero desde hace unos días hay una que nunca puede pasar por alto, y a la que define como un caso aparte: “El suceso de las bolas”...
Todo ocurrió el miércoles de ceniza. Para empezar, hay que ubicarse en la oficina de la señorita Cele, a la hora de la primera Convención, que había empezado como de costumbre a las siete y treinta, pero que no avanzaba conforme a lo pactado debido a la inexplicable ausencia de los dos más connotados miembros del grupo: ¿Dónde estaba Cele?, ¿Dónde estaba Sol Caliente?, ¡¿Dónde, Dios mío?!... Qué les había ocurrido, se preguntaban sus compañeros una y otra vez, con grande preocupación, qué preocupación la suya: Sol Caliente había prometido revelarles un chisme de Obras ¡que  involucraba a la señorita Ingrith! Ahora, eran ya casi las ocho y el mensajero nada que aparecía, y tampoco Cele, que era la única que podía ubicarlo. Pero justo cuando todos se disponían a ocupar su sitio de trabajo, entró a la oficina la recepcionista de Planeación con un anuncio que los dejó boquiabiertos: a Cele le había dado un patatús y Sol Caliente la estaba auxiliando; por el momento permanecían en Obras; alguien tenía que ayudarle al pobre de Sol Caliente...
-¡Pronto! ¡Pronto!-clamaba la recepcionista.
De inmediato, Dionisio y Tomasito corrieron hacía Obras, seguidos por Berta y Sarita. Pero sus compañeros ya venían en camino: Cele, un tanto desvanecida, se apoyaba en el hombro de Sol Caliente; además, parecía nerviosa, y cómo lloriqueaba, bajo la mirada expectante del personal de Planeación y Obras.
-Descansa, viejo Sol-le dijo Dionisio al mensajero, al tiempo que le ofrecía su hombro a Cele; lo mismo hizo Tomasito, de modo que la mujerona empezó a moverse con más confianza y rapidez.
“Qué pasó, amiga, qué pasó”, le preguntaban Berta y Sarita, mirando de reojo a Sol Caliente. Pero Cele parecía incapaz de articular palabra alguna, y el viejo Sol se limitaba a taparse la boca con el dedo: el asunto debía ser tratado en la intimidad de Desastres, eso dio a entender. ¡Sol Caliente lo sabía todo! ¿Todo? Qué va; una vez en la oficina de la señorita Cele, se apresuró a aclarar que él solo estaba al tanto de la historia en un cincuenta por ciento.       
-O menos-añadió.
Al bajarse del bus, notó que había un gentío al lado del paradero y se acercó a ver lo que pasaba. Se trataba de una mujer a la que por lo visto le había dado un patatús; permanecía semitendida en el piso; un negro, en cuclillas, sudoroso, la sostenía por la cabeza, por la espalda... ¡Era Cele!
-¡Pobrecita!-exclamó Berta, mientras acomodaba a la mujerona en la silla-¡Un negro!, ¡le tocó un negro!-prosiguió, escandalizada-, ¡la manoseó el negro!, ¡ay, Cele!
Sarita, por su parte, tomó una de las carpetas vacías que estaban sobre el escritorio y se dedicó a echarle fresco a la desvanecida; luego, encaró a Sol Caliente:-Y tú qué, ¿la auxiliaste o no?
-Pues claro, de lo contrario no hubiera podido llegar a la Gobernación-precisó el mensajero.
-¿Y el negro?-insistió Sarita.
-Se largo en cuanto yo actué.
-¡El muy maldito!
-Ni tanto; fue él quien le ayudó a Cele a bajarse del bus.
-¿A bajarse?
-La auxilió, mujer.
-¿Tú crees eso?
-Es la verdad, hombre, qué culpa tengo yo de que se haya portado así.
-La manoseó, puedes estar seguro.
-La cosa no va por ese lado, Sarita, ya verás.
-Sigue entonces.
-Hay que esperar, esperemos.
La oficina estaba llena de extraños, y lo ocurrido a Cele era un tema que de momento pertenecía a la intimidad de Desastres y sólo de Desastres. Dos o tres intentaron acosar a Cele pero fueron alejados por Sol Caliente: la pobre no podía hablar, largo. Pasado un rato, el mensajero reunió a sus íntimos en un rincón y, mirando de reojo a Cele, les dijo: -Voy a completar lo mío.
-¿Lo tuyo, Sol?-le preguntó Berta.
-Dije claramente que yo estoy al tanto de una parte de la historia.
-¡Cierto! Cuenta a ver, cuenta. 
Todos procedieron a rodearlo.
-Parece-prosiguió el viejo Sol-que a nuestra amiga le tocó venirse hoy en uno de esos buses de madera que tanto desprecia, y luego, ya en el camino, el tipo que traía al lado se sacó la picha y se la enseñó...
-¡Santo Dios, qué inseguridad!-exclamó Berta, maquinalmente.
Dionisio no pudo aguantar la risa.
-Pero mujer-dijo luego-, cuándo has visto tu que uno haga daño con esa cosa nada más que apuntando, ¿cuándo, ah?
-¡Grosero!-exclamó Berta, pero de inmediato volvió al cuento-El caso debió ser más serio-indicó-; algo grave le pasó a Cele... ¡Miren como está la pobre!
Cele se removía en la silla, lloriqueando, pero lo peor era que continuaba muda. ¡Hasta cuándo iba a seguir así! Ya era hora de que soltara el resto de la historia. Berta y Sarita entraron en acción.
-No hay nadie, Cele-le dijo Berta, tomando una de sus manos -; relájate y cuéntanos que fue lo que te pasó, anda.
-Cierto, mujer-indicó Sarita-; mira que eso te puede servir de mucho.
Cele suspiró, profundamente. De inmediato, Berta y Sarita buscaron donde acomodarse, e igual Tomasito y Sol Caliente, Dionisio le puso el seguro a la puerta. Pero pasó un buen rato antes de que Cele se decidiera a empezar el cuento; luego, tardó casi una hora en relatarlo todo. En realidad, la historia no es tan larga, pero si fueron largos y continuos sus lloriqueos, y explosivos y desesperantes sus aspavientos, mientras la rememoraba. El cuento es éste: En efecto, había tenido que subirse a uno de esos buses de palo que tanto detesta: le apretadera, los pisones, el bamboleo, el olor a gasolina quemada, la incomodidad de los puestos, la gentuza…
-Te tocó un negro, ¿no?
-Ya sabemos que te tocó un negro, amiga.
Pasó así: un tipo, por dárselas de amable, se levantó de su puesto y le dijo, venga, doña, siéntese acá…
-Al lado del negro.
-Qué favorcito el que te hizo.
-¡Cállense, hombre!
-Miren como se ha puesto nuestra amiga.
-Sigue, Cele, no te preocupes.
La mujerona tardó un buen rato en recuperarse; no le salían las palabras, se angustiaba…
-Ya todo pasó, amiga mía.
-Todo, estás a salvo.
Cele suspiró laaargamente…
-¿Ya, mujer?
-¿Ya, hija?
-Tenía muy mala facha.
El negro, el negro tenía muy mala facha. Cele se sentó, y en seguida pudo comprobar que el problema del negro no era tanto la facha como el olorcito que despedía, una revoltura de bocachico con grajo, qué cosa tan insoportable. El negro se percató de los aspavientos de Cele y algo gruñó, ¡gruñía!
-Y te miró feo.
-Feísimo.
-¡Yo me hubiera desmayado en el acto!
Cele prefirió ignorar el ataque del negro, cerró los ojos  y se dedicó a respirar a medias. Y sucedió lo increíble: se durmió.
-Algo debió echarte el tipo.
-Dalo por cierto.
-Ay, amigas, ay.
Cele lloriqueó, para empezar…
-¡¿Por qué a mí?! ¡¿Por qué a mí?!-exclamó finalmente.
-Dios nos pone a prueba.
-En su infinita sabiduría.
-Sí, es verdad, yo pienso lo mismo.
-Sigue, pues.
-Calmadita, sigue.
Despertó al cruzar por el mercado público, y lo primero que vio, borrosamente, fue la sonrisa del negro; el malparido estaba burlándose de ella. ¡Señor! ¡Señor!...
-Tranquila, Cele.
-Estás con nosotros, con tus amigos.
Sol Caliente se relamió:-Como que viene lo bueno.
-¿Lo bueno, Sol?
-¿Cómo así que lo bueno?
-Lo peor, quiero decir, lo peor para Cele, amigas. Esperemos, dejémosla que descanse un poquito.
Cele descansó lloriqueando.  
Sol Caliente se impacientó:-Cuéntanos, mujer, ¿insultaste al negro?
-No alcancé a decirle nada. Apareció el otro.
-¿El otro?
-Señoras y señores-se oyó-, ustedes olvidaran mi cara pero no la cruz que estoy obligado a cargar...
Se trataba de un indiecito, procedente de quién sabe dónde, pequeñísimo él, por supuesto, a duras penas llegaba al metro con cincuenta; acababa de subir al bus por la puerta de atrás. De momento, lo de su cruz resultaba incomprensible; no estaba ciego, no estaba mocho, no estaba cojo... estaba contando cómo había irrumpido en su caserío uno de los grupos armados que operan en su región y luego de... El indiecito siguió hablando, pero ya no era posible escuchar lo que decía; el chofer había encendido la radio. El  indiecito se puso furioso; el no estaba vendiendo confites, ni pasabocas, solo pedía unos minutos de atención para contar su tragedia... El chofer le gritó que ya estaba cansado de que importunaran a los pasajeros con tanto cuento triste, pero entonces la gente le recordó al presunto conductor modelo que tanto él como el resto de choferes de la ciudad eran unos patanes que nunca habían tenido consideración con nadie; finalmente, el chofer le bajó el volumen al radio y el indiecito pudo retomar su historia.
-No voy alargarles el cuento-dijo-; solo quiero pedirle disculpas a las damas aquí presentes... Perdón, señoras, perdón señoritas...
Acto seguido, se bajó el pantalón...
-…les pido que sepan comprenderme-prosiguió-, y que rueguen a Dios para que nunca les ocurra a sus hijos, o a sus esposos, o a sus hermanos, lo que me aconteció a mí…
Se bajó el calzoncillo...
-¡No tenía nada!-exclamó Cele.
-¿No tenía qué, hija?- quiso saber Berta.
Cele intentó explicarse:-Le quedaba eso…como un pellejo... Y abajo todo estaba cosido, cosido a la machota... las puntadas se veían horribles, el hilo se veía horrible... ¡Era horrible!
-Quiere decir que no le colgaban las que debían colgarle-indicó Dionisio.
-¡No tenías que decirlo!-le reclamó Sarita.
-¿No?
-No tenías que ser tan burdo, ¿no ves que Cele sigue mal?
La mujerona se había quedado sin aliento, sin fuerzas, estaba a punto de desvanecerse…
Sus amigas llegaron a una conclusión: Cele necesitaba aire fresco, relajarse, pensar en otra cosa.
-Bueno, nos vamos para la catedral-indicó Sarita, al instante.
-¿Cómo así?-preguntó Sol Caliente.
-Para lo de la cruz, niño-le aclaró Berta-. ¿Ya te olvidaste de la cruz?
No lo había olvidado, ése era el problema…
-¡Sigue pensando en lo otro!-le gritó Sarita.
-No, espérenme, espérenme
-Ah, vienes.
-Voy; no quiero quedarle mal a mamá, lo de la cruz… ¡se la llevaré requete pintada! 
Todos regresaron a Desastres con la cruz de ceniza requete pintada en la frente; habían estado en comunión con Dios durante casi una hora, qué gozo.  
-Divina la ceremonia-indicó Cele, acomodándose en su silla, y luego-: Mí madre tiene razón, no hay mejor médico ni mejor sicólogo que nuestro Señor Jesucristo.
-¡Bendito sea Él!-exclamó Berta.
-Hay que tener fe, mucha fe-recordó Sarita.
¿Qué seguía? El trabajo; lo de Ingrith quedaba para más tarde. En fin, serenas y en paz con Dios las damas procedieron a iniciar sus labores diarias. Los caballeros, por su parte, se encaminaron hacia la Cafetería, en busca del “tintico”; lo traerían a su oficina y a trabajar se dijo, no tenían pensado emprender charla alguna.
-¿Abro la boca?-preguntó luego Sol Caliente, ya con el tintico en la mano.
-Ábrela, Sol.
-Ábrela, qué carajo.
-Va, en el acto… ¿Qué fue eso?
Un grito, ¡Cele otra vez! Y volvió a gritar, durísimo. Los caballeros le dijeron adiós al tintico y echaron a correr hacia la oficina de la mujerona, con una idea en la cabeza: la pobre se había chiflado.
La encontraron desparramada sobre su silla; pálida y desfalleciente. Entre tanto, Berta y Sarita, que a la fija habían volado, intentaban reanimarla. Luego, la oficina fue invadida por la gente de Planeación, Obras... ¡Por, Dios!, ¿acaso querían asfixiar a Cele? Poco a poco, Sol Caliente se encargó de convencer a los invasores de que su presencia  afectaba a la desvanecida; no solo le quitaba el aire, también le impedía salir de su ataque de nervios.
-¿Cuál ataque?-le preguntó Sarita al mensajero, bajito, una vez quedó despejado el panorama.
-¿Y tú qué crees?-le dijo Sol Caliente-, Cele tiene un trauma.
-Eso se nota-indicó Dionisio.
-Miren, ya vuelve-señaló Berta.
En efecto, Cele parecía reaccionar.
-Ay, Dios, lo vi-balbuceó.
-¿Qué viste, mujer? ¿Qué fue lo que viste?-le preguntó Sarita.
Entonces lo dijo: el indiecito había entrado a su oficina.
-¿Qué?-exclamó Berta.
Sarita también se alarmó:-Cálmate, mujer, estás alucinando.
-No, no, lo vi, lo vi…
-¿Estás segura que es el de las...?, los indios son todos iguales.
-Es él-dijo Gregorio.
El Amargado acababa de cruzar la puerta, y por lo visto estaba muy al tanto de lo ocurrido.
-Es el indiecito de Cele-añadió.
-¿De Cele?
-¿Mío? ¡Ay, Dios!
Gregorio no le prestó atención al soponcio de la mujerona:-Tuve que auxiliar al hombre-refirió.
-¿Al hombre?
-Estamos hablando del indio, Sarita, acuérdate. Cele lo espantó.
Berta protestó en el acto:-¡Mira lo que estás diciendo!-, y también Sarita:-¡Cómo te atreves!
Gregorio no le prestó atención a la pataleta de los dos activos:-Cele espantó al pobre hombre. Ahora está siendo atendido en la oficina de la primera Dama...
-¿Lo llevaste allá? ¡Estás loco!-exclamó Sol Caliente; pero no había tiempo para chistes, Gregorio retomó la palabra:
-Voy a simplificarles el asunto-dijo-. Lo que pasa es que al indiecito no solo lo caparon, además de eso le mataron a su mujer y a sus hijos y le quemaron el rancho... ¡Quedó sin nada! Ni el mismo se explica por qué lo dejaron vivo,  por qué Dios le ha permitido sobrevivir.  Es increíble, ¿no?, que ande por ahí después de que... Bueno, ya ustedes lo saben.
-Ay, Dios, pobre tipo-dijo Berta- ¿Pero qué hace aquí?
-Sencillo: quiere saber si la gobernación le puede colaborar en algo; no es mucho lo que alcanza a recoger en los buses. Andaba por ahí, rondando por los pasillos; un viejo se le acercó y le preguntó que buscaba; entonces, el indiecito se animó a contarle su historia y le pidió orientación. El viejo lo condujo hasta Gobierno, pero después no encontraba donde ubicarlo. De pronto, ¡oh, la salvación!: “Mire”, le dijo, indicándole la oficina del fondo, “se le apareció a usted la virgen”…
El indiecito deletreó.
-Decía Atención de Desastres-cuenta ahora el pobre-, yo puedo leer, yo sé leer.
¡Atención de Desastres!
-Entre allí-le indicó el viejo-, allí pueden ayudarle.
-¡No!-exclamó ahora Sarita-No es aquí, ¿cierto?, aquí no es, que yo sepa… ¿Es aquí, Cele?
-Él dice que…
Berta quiso meter la cuchara:-Si es aquí…
-Basta-dijo Dionisio-¿No comprenden?
-¿No comprendemos qué?-le preguntó Sarita.
Tomasito se impacientó:-No es aquí, punto, se acabó el cuento;  que yo sepa nosotros no tenemos velas en ese entierro.
-¿No? ¿Verdad que no?-le preguntó Cele a Gregorio, presa aún de la angustia.      
El Amargado paseó la vista por la oficina…
-¿Entonces?-insistió la mujerona.
Y el Amargado aclaró la situación:-Le aseguro a todos ustedes que el Desastre  del indiecito no le incumbe a Atención de Desastres.
-¡Demasiados desastres!-exclamó Sol Caliente.
-¿Cómo así?
-Los tuyos, Amargado, mencionaste como tres desastres.
-Los míos, por supuesto. Especifico: El caso del señor José Cometa no le incumbe a esta  Oficina.
-¿Cometa?-preguntó Sarita, extrañada.
-Sí, Cometa, ése es su apellido; tenga usted presente, mi querida dama, que se trata de un indígena.
-Los indios tienen nombres raros, ¿no?, nombres de plantas o cosas así, hasta de animales.
-¡Dios mío!-exclamó Cele.
¿De vuelta a la imagen que tanto la atribulaba? No sabe explicarse.
-¿Qué le harían a su mujer?-insiste en preguntar Berta.
-Alguna barbaridad-se le ocurre decir a Sarita.
FIN