Publico ahora otro cuento que tiene como escenario a Cartagena de Indias... Se trata de una ''rara'' historia de amor, una historia que me complació seguir...
Adiós a la isla
Habían hecho
cantidades de cosas en la cama, pero aquello, que de entrada sonaba muy
chistoso, nunca.
-¡Qué ocurrencia, niño!-exclamó Doris.
Entonces, entró en
el juego el ojosgateados, serio aún, tan raro él, hablándole a la Soye:
-¿Tú qué dices,
reina?-la Soye se echó a reír-¿Estás viendo, Orangel?, la vergaja siempre se va
en risa. Es alegre la muchachona.
-Seguro que
tiene la pepita risueña, Polo-dijo Orangel, sin apartar los ojos de la lycra de
Doris.
-¿Que tengo qué?
¡Ay, amiguito!
La mesa se
bamboleó un poco.
-Deja de moverte
tanto, Soye. ¿Qué van a pensar éstos? ¿No ves las cosas que se les ocurren?
Orangel se
atrevió a toquetear la lycra:-Nada malo, cosa bella, te lo aseguro.
-Quita, niño,
que todavía no hemos llegado a ningún arreglo.
No, y ya
llevaban más de una hora habla que habla, y ya eran más de las seis, ya era de
noche… ya los chinos estaban próximos a cerrar, seguramente.
-¿Y ese bostezo,
mujer? No me digas que te cayó el aburrimiento.
La Soye volvió a
reír, en un tono diferente, eso sí.
-Ningún
aburrimiento-dijo luego-. Lo que pasa es que a mi amiga le entró la hambruna.
Menos mal que lo mío es estar a la línea.
-¡Quién te oye!
Fue entonces cuando
el ojosgateados sacó el fajo de billetes:-Tranquilas que aquí hay money.
Bastante: Un
montón de billetes de cincuenta mil, billetes que parecían recién sacados del
cajero…
-Las vamos a
llevar a comer-añadió el tipo, pensativo.
La Soye tenía la
boca abierta.
-Oye, platudo…
¿Cómo es que te llamas tú?
-Polo.
-El polo malo.
-¿Tú también te
llamas Polo?
-Yo me llamo
Orangel, acuérdate.
-¿Entonces? No
entiendo.
-Es que siempre
hay un polo bueno y un polo malo.
Doris se
impacientó.
-¿No ves que te
está mamando gallo, Soye?
La Soye le clavó
una mirada fulminadora a Orangel:-¡Te la voy a castigar, amiguito!
Después enfocó
de nuevo a Polo:-Entonces, hablando en serio, ¿de dónde…?
De dónde nada:
Me levanté y le dije al… le dije a Polo que si nos apurábamos todavía podíamos
encontrar abierto el restaurante de los chinos.
-Olvídalo,
Doris, a mi no me gusta comer rata.
-Quién dijo que
los chinos preparan ratas, eso es mentira.
-Puede que no lo
hagan, pero ya se me quedó grabado el cuento. Además, mira tú, tenemos platica
suficiente para darnos un gustazo.
¿Para comer como
ricos?, ¿igual que los ricachones de la ciudad? Me lo quedé mirando, y bueno,
sentí que había captado mi pensamiento, y que además…
-¿Sentiste?
Sigue, putica.
-Okey, ya.
La Soye quiso
decir algo pero ella le dio un apretón en el hombro: No es bueno hacer
preguntas, he aprendido que no es bueno hacer preguntas.
-Siéntate,
Doris, ya definiremos lo del restaurante-dijo Polo.
Donangel empezó
a sulfurarse:-Conque eso es lo primerito ahora, ¿ah?
-Cálmate,
¿quieres?
-Qué pasa,
hermano, si buscamos a estas viejas fue para echarnos unos buenos polvazos.
-Que te calmes,
huevón, ¿no entiendes?
-Bueno hubiera
sido lo de las pelaitas.
-¿Eso? Una mierda.
-¿Cómo que
“eso”?
Doris quiso
terciar en el asunto:-Miren, si ustedes…
-Siéntate-le
dijo Polo.
Sí, lo mejor que
podía hacer era sentarse; algo había incomodado al muchacho, para qué llevarle
la contraria, podía ponerse peor.
-Oigan, ¿han
oído hablar de La Isla?-preguntó de pronto.
Orangel dio un
respingo:-¿Qué? ¡Ese sitio está lejísimo!
-¿Cuál es el
problema? Yo pago el taxi, no voy a tocar tu plata.
-¿También vas a
pagarle a éstas la arreglada? No pretenderás llevarlas allá tal y como están.
¡Mira esa lycra!
-Basta, Orangel,
no tienes por qué ser así.
-¿Así cómo?
-Tú lo sabes. Y
no quiero seguir discutiendo, maldita sea.
-Estamos
bonitos, pues, ahora resulta…
-¿Quieres
largarte? ¿Quieres que te dé tu plata?
-Ya, Polo, no te
sulfures. Sirvan el trago ustedes, muévanse.
-Déjame a mí,
Doris, yo me encargo.
Donangel quiso
joder:-No, Soye, que lo sirva mi amorcito.
Polo agarró la
botella:-Sirve tú-le dijo a su compañero, poniéndosela al frente.
-Okey, hermano,
te complazco, que descansen las damas. Y guarda esa plata que la gente puede
pensar lo peor. Sino que lo digan las señoritas.
A las señoritas…
-Mierda,
Orangel, te cuesta mucho parar tu jodedera o qué.
-Se acabó. Sirvo
el trago, a lo bien.
Paz, paz, llegó
la paz, justo a tiempo: los que más pueden nos tenían ya de tema.
Los turistas.
¿Eran turistas de verdad verdad? Cachacos. Bueno, turistas al fin y al cabo;
boyacacunos entumecidos para siempre por el frío de su tierra, felices ahora de
poder gastarse sus ahorritos de un año en la cálida y soñada Cartagena.
Murmuraban: ¿Por qué no se van ésos?, ¿por qué no van a cuadrar su negocio
donde les corresponde?, más o menos así, echándoles el ojo.
-Tremenda
miradera, ¿no? ¡Me da risa!
A la Soye todo
le resultaba chistoso, o bacano:-Bacano ve, ya están prendiéndose las lucecitas
del parque.
Las lucecitas de
diciembre.
-¡Eso es lo
bonito de la navidad!
Del mes, del fin
de año: La Soye dijo la navidad y todos volteamos a mirar hacia el parque.
-Cómo son las cosas, ¿ah, oficial? Una se arregla y qué, ¿qué pasa?
-Pilas, putica,
te estás saliendo del cuento.
-Se pone bonito
el parque, y nosotras a la esquina, ¿no?: ¿Le gusté, papito? Venga, cerca de El
Zorba hay una cantinita donde podemos
hablar con tranquilidad.
-Menos mal que
tú captas, perra.
-Ay, policía.
-Bueno, putica,
ya dijiste lo que querías decir. Sigue.
El parque estaba
convertido en un arbolito navideño, el centro era un arbolito navideño.
-Salgamos,
quiero coger un poquito de aire-dijo Polo.
-Qué aire ni que
ocho cuartos, hermano.
-Salimos y
buscamos el taxi, Orangel.
-Pero si por
aquí pasan taxis en cantidades.
-¡Ya veremos,
carajo!
La Soye volvió a
inspirarse:-A mi me gustaría pasar por la catedral. ¡Quedó divina!
-¡Bonita
mierda!-exclamó Orangel-, ahora resulta que la Soye es toda una religiosa.
-Religiosa no,
amiguito, creyente, creo en la Virgen del Carmen.
-¿Solamente en
la virgencita?
Polo se
impacientó:-Ya, Orangel. Agarra la botella.
-¿Yo? ¿Yo por
qué?
-Agárrala que
nos vamos.
-A pasear, según
parece.
-Trae acá.
-No, deja.
-Ya te lo dije,
Orangel, puedes largarte si quieres.
-Lo que quiero
es echarme mis polvazos.
Polo llamó al
mesero. El tipo, que se había llevado un buen regaño de su jefe, no cabía duda,
acudió enseguida, muy solicito.
-¿La
cuenta?-preguntó, pasándose la mano por la calva.
-Sí. ¿Cuánto
debemos?
-Veinticinco mil
pesos.
Polo volvió a
sacar el fajo de billetes.
-Veinticinco,
¿eh? Ahí tienes-El tipo estiró la mano-. Espera, primero tienes que decirme una
cosita. ¿Te regaño el cachaco ese?
-Éstas saben…
-¿Éstas? Mis
amigas tienen un nombre, como yo, como tú. Preséntense, chicas.
Ni modo, tocaba.
-Doris Elena Yepes,
así me llamo. ¿Va a anotarlo usted, policía?
-No te hagas la
graciosa, putica.
-Graciosa la
Soye… Mariluz, quiero decir.
-Mariluz Arenas,
calvo lindo, ¿y tú?
El tipo sonrió;
sonrío el pobre, pero no alcanzó a presentarse.
-¡Qué pasa, Ever!
¿Te tienen embobado las tipas esas?-le gritó el cachaco, golpeando la
registradora.
Polo reaccionó
enseguida:-¿Estás celoso, viejo maricón?-exclamó, sin volverse, y luego,
empuñando el billete, preparando el proyectil-: ¡Negrero! ¿Quieres tu plata? Ven
a buscarla, muévete, malparido.
Se oyó un rumor,
y otra vez el rugido del cachaco: ¡Perras!
-Cachaco
hijueputa-masculló Polo.
-Mejor deja
quieto a ese amargado-dijo la Soye-, después va a querer montárnosla a
nosotras.
Ésa era la
verdad, la gran verdad. Polo se quedó pensativo.
-Lo sentí
triste, y rabioso al mismo tiempo.
-¿Sabes qué,
putica? Te veo grave.
-Problema mío,
policía.
-¿Ah, sí? Ya
veremos. Sigue.
Polo se
levantó:-Andando, nos vamos.
-Ya era
hora-dijo la Soye-; no le veo lo bacano a esta refresquería, idiotas los
turistas que asoman por aquí.
-Agarra,
calvo-el billete, que ahora lucía bien-. Y asegura tu propina, te la ganaste.
El mesero no se
atrevió a abrir la boca.
-Cógela,
¿oíste?-añadió Polo-Coge lo que tú creas justo.
-Lo justo, ¿eh,
putica?
-Eso dijo.
-Bueno,
cuéntame, ¿para dónde agarraron?
-Calma, oficial,
no se me acelere.
Polo se despidió
del cachaco, desde la puerta, con mímica y todo:-¡Zámpatela, negrero!
-La puerca
refresquería, obvio, y por el culo, más que obvio.
-¡Perra ciudad!-masculló
luego Polo, sin quitarle los ojos de encima al viejo.
La Soye quiso
ayudar:-Ven, hombre, echémosle una ojeada a la novena.
Que ya estaba en
lo mejor; porque los pelaitos habían empezado a mandar, quitándole el
protagonismo a las carismáticas. ¡Viejas jodonas! Tan preocupadas por el arbolito, por el niño
Dios, ¡por los benditos muñecos!... Ellas tenían que entender que el pesebre le
pertenecía ahora a los niños.
-También el
parque, oficial, era lo lógico.
-Te sientes muy
romántica, putica, ya veo. Cuéntame, ¿entraron?
A Polo le sonó
la invitación de la Soye, y luego, ya frente al parque, la cancioncita…
-Esa es
Tutaina-dijo, atento a los pelaos-; la cantábamos allá en el barrio-añadió,
pensativo. Después echó a andar.
La Soye
festejó:-¡Eso, vamos a hacerles el corito! Pero qué… Oye, yo no dije que
abusaras.
Demasiado tarde,
Polo andaba rápido.
-¿Estás viendo,
Doris? Ése se metió hasta allá.
-Ven, no te
quedes ahí.
-Te chiflaste tú
también o qué.
-¡Qué vengas,
hombre!
-Caramba,
putica, te atreviste, ¿ah? Inspirada me imagino.
-…
-Eso es, hazte
la muda. ¡Sigue, zorra!
Entramos al
parque con mucho respeto.
-¿Todos?
¿También Orangel?
Claro:-¡Qué
mierda!-exclamó-Mejor que yo no diga nada.
-Así me gusta,
amiguito, que busques juicio. Mírate, ya estás que cantas.
-¿Yo? Prefiero
echar el ojo por ahí. A lo mejor consigo levantarme un chocho decente.
-Dime, putica,
¿sabrá el malparido ese lo que es la decencia?
-Sigo. Cuando
llegamos al pesebre…
-Vas a decirme
que nadie las increpó, ¿verdad? La gente obró así por decencia. Por DECENCIA,
¿entiendes, putica?
-Entiendo,
oficial. Pero qué, ¿se acabó el interrogatorio?
-No te hagas la
viva.
-Como ya no
quiere dejarme hablar.
-Dime una cosa,
¿se me va a parar la que sabemos?
-¿La verga?
Claro que sí, policía, y le aseguro algo más: va a llegarle usted inspiradito a
su dama.
-¿Qué estás
diciendo?
-Aplíquele el
servicio completo, ¿oyó? Ella se lo va a agradecer. Lo normal es que a las
doñas les haga falta su buena dosis de verga.
-¡Puta!
¡Grandísima puta!
¿Duro?
Sí, muy duro,
una y otra vez: me partió la boca, me hinchó los ojos...
-¿Ya tienes
suficiente, perra?
Intenté decir
algo, pero no pude, no me salió nada… bueno, sangre.
-Canta, pues,
para verte-se burló-. ¿Cómo dice? Tutaina
tuturumaina…
Canté, ¿ah?, en
el parque, también cantó la Soye…Y tú sonriente:-Caramba, me salieron cantantes
ustedes.
La Soye sonrió,
un poco triste en verdad.
-No inventes,
Polo-dijo luego-, cantantes los niños, ellos sí que cantan.
Sé bien que te
preguntaste qué le pasaba a mi compañera, hasta ella se dio cuenta de eso, ¿no?
-¿Por qué me
miras así?
-Por nada, Soye.
Y se me da a mí
enseguida por hablar del pesebre de la seño Cristiana…
-Era el más
bonito de San Juan. Los viejos me llevaron a verlo un veinticinco.
-Me imagino que
estabas muy pelaita entonces. ¿O me equivoco?
-Tenía unos
siete años, Polo.
-Siete, ya.
Dos más que
Kevin, me dije, y fue como si me hubieras leído el pensamiento: los dos
volteamos a mirar a la Soye…
-¿Están viendo?
Ya van a repartirles los dulces.
Los pelaitos se
arremolinaron alrededor del papá Noel, intensos todos ellos; bueno, había uno
que llevaba la delantera. A la Soye se le iluminó el rostro…
-¡Lo sabía yo!
Ese morenito… yo lo sabía. ¡Qué vivo!
Sí, el morenito
de la gorra era el más agalludo: metía una mano en la bolsa, luego la otra…
-Es vivísimo,
¿verdad?
-Bastante, Soye.
-¡Vivísimo ese
pelao!
Notaste entonces
que la Soye tenía los ojos enguarapados, y también que el repelente de tu amigo
se acercaba. Te pusiste inquieto.
-Bueno, vámonos.
-Muévete, Soye,
pilas.
-Ya voy, Doris,
espérate.
Llegó
Orangel:-¿Se aburrieron ustedes de cantarle al niño Dios? ¡Por fin!
Tutaina, tuturumaina…:-Entonces,
putica, ¿qué sigue? Olvídate de los villancicos, a la mierda el bendito pesebre
y toda esa pendejada, avanza el rollo.
Lo hice, y con
gusto...
-¿Estás
diciéndome que salieron a pasear?
-Que caminamos.
-Explícate,
maldita sea.
La cuestión era
adónde nos dirigíamos en definitiva:-¿Seguimos derecho, Polo?
-Sí, Doris, para
después salir a la torre.
-Como cualquier
grupo de turistas, ¿eh, putica?
Orangel se
sulfuró, ahora sí.
-Conque a la
torre, qué bonito. ¿Qué es lo que te está pasando a ti, Polo?
Entonces
volviste a sacar el fajo de billetes:-¿Quieres ver cómo nos pasean los
cocheros, Orangel?
-¡Qué hombre,
putica! Y sé lo que vas a decirme ahora, lo adivino.
Que a Orangel le
tocó quedarse callado…
-Sigue,
grandísima puta.
…calladito,
calladito. Y yo con unas ganas de reírme; tremendo sonso, tanto protestar, ¿y
para qué?, para quedar de guía.
-El tipo tiene el
tranco largo, oficial.
-¡Adónde las
llevas, cabrón!-le gritó alguien desde Obsesiones.
-A mi esta vaina
me da vergüenza, Polo, sinceramente.
-Cierra tu
puerca jeta, amiguito, ya me tienes jarta.
Peligro, te
dije, y tú me entendiste. Conozco bien a la Soye: hay que tenerle miedo cuando
se emputa.
-Me estás
volando la piedra, pendejo, te lo advierto.
-Qué carga la
zorra esa, putica, ¿una cuchilla?
-Ay, policía.
-Qué carga, ¿ah?
Se lo dije, Polo:-El
asco, carga el asco. Con eso basta.
Me entendió, no tuve
que explicarle nada.
-¿Sigo?
-Dime, ¿cómo
reaccionó Orangel?
-Me la encaminó.
-No me digas.
El muy
estúpido:-Vamos, amorcito, pilas.
-¡Suéltame!
-Ni de vainas,
tú vienes conmigo.
-¿Qué pasa,
Orangel?
-Que me voy,
Polo, pero me llevo a ésta.
La Soye no pudo
aguantar la risa, y con razón.
-¿Ya te
olvidaste de tu invento, papi? ¡No puede ser!
Nos iban a comer
en la misma cama; él le daba a una, tú a la otra... después seguía el cambio de
pareja.
-Qué pasa,
amiguito, me tienes decepcionada.
-Quien te ve tan
risueña, maldita zorra. Apuesto a que tienes algún muerto encima.
-¿Lo tiene,
putica? Cuéntame.
-Varios, me
imagino.
-Te recuerdo que
esto es un interrogatorio.
-Tres o cuatro,
al igual que yo.
-¿Quieres
hacerte la graciosa, grandísima puta?
Entonces disparé,
Polo, con fuerza… que disparé, me dices tú, ¿sabes? Primero al malparido que me
arrastró hasta la estación, después al oficial. El oficial quedó ciego por un
momento… Bueno, te ahorro los detallazos con los que me premió...
-Oye lo que te
digo, putica: tu Polo le dio demasiada burundanga al concejal, es probable que
el tipo no se recupere. Quiero oírte ahora, vamos a ver, quiero que te portes
seria.
Comprendí:-Usted…
-¿Qué hizo?,
¿qué le hizo a su compinche?
-Lo golpeó.
-Defendió a tu
amiguita, ya. Quiero los detalles, pilas.
-Lo golpeó
contra la puerta de un almacén.
-Sigue.
-Le partió la
cabeza.
-¿Bastante?
-El problema…
-Ningún
problema.
-La gente no me
dejó ver nada, comprenda.
-Pero después
pudiste repararle bien las manos al muy hijueputa, ¿no? ¿Cómo las tenía?
Ni modo, Polo,
le pinté unas manos sucias de sangre.
-De manera que
al tipo le tocó limpiárselas antes de ponértelas encima. Ahora sí empiezo a
comprender. ¿Será que el tal Orangel estiró la pata? Su vale lo dejó casi
muerto, putica. Eso dicen los testigos.
Los cabrones de Obsesiones, seguramente.
-Los golpes en
la cabeza son malos, esos golpes son muy malos. La persona queda viva, pero más
tarde le sale la cuestión, pasados dos o tres días... Qué vaina, putica, tu
Polo se metió en un lío grande.
Piérdete,
ojitos, no te quedes en Cartagena.
-Entonces,
putica, cuéntame, ¿cómo fue la huida?
-Cuando Polo vio
que la gente quería detenerlo, me agarró por el brazo y echó a correr.
-¿Sí? Tan romántico el tipo. Qué te dije, ¿ah? ¿Ya se
te olvidó?
-Corrió y yo me
le pegué.
Menos mal que
eso también es verdad. ¿La verdad?
-La verdad,
Doris, es que yo intenté darte la mano y arrancar a correr.
-Cuando te
quitaste de encima al cabeza rambada.
-Sí, fue en ese
momentico; pero entonces me cayó el man de la chaza.
Estuvo bien que
le dieras su totazo. Yo apreté a correr apenas lo vi patas arriba, al mismo
tiempo que tú.
-Te le pegaste,
putica, hecha la romántica. Te importó poco dejar abandonada a tu compañera.
-La Soye sabe
defenderse.
-¡La muy perra!
Sigue. ¿Hasta dónde corrieron ustedes?
-Doblamos por la
esquina del Ley y salimos a la avenida.
-Y allí cogieron
el coche.
-El taxi.
-Qué pesar, ¿no?
Los taxis resultan poco románticos. Bueno, al grano, ¿te dio mucha verga el
tipo, allá en La Isla?
Tenía que
decirle que sí, pero sin entrar en detalles.
-Yo quise
complacerlo-se me salió al final.
-Mírame,
grandísima puta.
-Se portó muy
bien conmigo; me compró ropita, me llevó a un sitio de lo más bonito…
-¡Qué me mires,
zorra!
Lo miré. Claro,
con las mismas ganas de hacía un rato…
-¿No se te
ocurrió preguntarle al malparido ese cómo había hecho para levantarse sus
lindos billeticos?
-No. Nunca me ha
interesado saber de dónde le vino la plata al tipo con el que me voy a acostar.
La verdad es que
prefiero hacerme a la idea de que el cliente que me tocó es la peor persona del
mundo, eso ayuda.
-¡Puta y ratera!
-Yo no le he
robado a nadie, policía, jamás. Hasta procuro moverme bien, ¿sabe?
-Vamos a ver si
te sigues moviendo en la cárcel, putica. Dudo que salgas limpia de este asunto.
El concejal se
encuentra bien, pero está ardido.
-Sobre todo
porque las malas lenguas andan diciendo que la burundanga se la dieron en un
puteadero. ¿Qué toca hacer? Tranquilizar al hombre; sus paisanos van a recibir dentro
de poquito la verdadera noticia: hay una puta metida en el cuento… ¿Que se
mueve en el cuento? Sí, si, pero… pero pero… Adivina, cariño. Solucionado el
caso. Entérate, pendeja: en esta ciudad mandan los señores concejales. Como
dijo un periodista por ahí: ´´Estamos bajo el Poder del Partido Único del Concejo.´´ ¡Pero qué vas a entender
tú! En fin, para mí está más que solucionado el caso.
Piérdete, Polo,
no te quedes aquí, ¡ya te lo dije! Es cierto, al oído, queda…
-¿Quieres que me
vaya de La Isla?-dijo Polo, sonriéndose, recostando la cabeza en la almohada.
-No juegues.
-A lo mejor te
paro bolas.
-Ojalá. A ti te
preocupa el tal Zarate, supongo.
-No le cuadró el
cambio. Orangel le había hablado del gerentico.
-Y ahora me
sales con el cuento del concejal. ¿Un concejal? ¿Barrera? Yo no toco a ese
tipo.
-Zarate se
enamoró de la colonia, Doris.
-¿De qué estás
hablando?
-Cuando a Zarate
le huele bien la colonia de un Funcionario, se enamora de la colonia y del Funcionario.
-Entiendo, sé a
qué le temes.
-No estoy
asustado, ¿oíste? Me choca que Zarate tenga semejante caída. Para mí eso es lo
peor que le puede pasar a un tipo como él, que vive al pie de la ciénaga.
-¿Qué tanto hace
en el Club?
-¿Quieres que te
diga la verdad? Sólo falta que su prima lo ponga a lavar las pantaletas de las
muchachas. ¿Ves? Me choca el man.
-¿Le has dado su
buena puñera?
Polo sonrió.
-Si la embarra
¡qué carajo!-exclamó luego, levantándose.
Echó a andar
hacia la ventana. Se detuvo.
-¿Quieres verme
boxear, Doris?-preguntó, volviéndose.
-Sí, dale.
Polo se cuadró,
la guardia arriba.
-Nunca fui bueno
defendiéndome-dijo sin embargo, y lanzó el primer golpe-: Ése era mi recto de
derecho, cariño.
-¿Era?
Siguió
moviéndose, finta va, finta viene.
-¿Le doy?
-Dale, Polo.
-¡Buen uppercut!-exclamó
a continuación-Mi mejor golpe; con ése fulminé al Pantallero Sarabia, que me estaba pegando duro-Una finta más y
bajó los brazos. Se plantó frente a la cama-.Bueno, los dos nos estábamos dando
de lo lindo. Los comentaristas dijeron al final de la pelea que había sido un
combate muy reñido, que ambos boxeadores habían demostrado tener mucha bravura
pero poca técnica.
-Osea…
-Que no sabíamos
boxear, por eso mismo terminamos tan deformes. Mamá le preguntó a Vanegas, mi
entrenador, que si yo le iba a seguir llegando así, y el viejo le dijo que
podía estar tranquila porque definitivamente a mi me sobraba talento para el
boxeo, que Sarabia me había castigado bastante pero que mi próximo rival no iba
a poder tocarme, y mucho menos la cara, que él se encargaría de pulirme al
máximo, y le dio y le dio a lo de mi talento. Mamá esperó a que se quedara
callado. “Y usted qué cree, Vanegas”, le dijo entonces, “¿que para lo único que
mi hijo tiene talento es para tirar puño? ¡Es un buen estudiante!”
-¿Lo eras, Polo?
Polo se dejó
caer en la cama:-¡Bien noqueado!-exclamó luego-Es lo que yo me digo.
Doris guardó
silencio.
-Y mira
tú-prosiguió Polo-, lo que puedo contar es que me fajé una pelea en el Centro
de Convenciones. ¡Aplaudan! ¿No aplaudes, Doris?
-Ven acá.
-¿Crees ese
cuento?
-Claro que lo
creo.
-Mejor
pregúntame.
-¿Qué?
-Si gané la
pelea ¿por qué no seguí boxeando?
Doris se
levantó:-Ven, vamos a pasear.
-Vanegas tenía
razón-dijo Polo, inmóvil-, mucha razón: me jodió la reclamadera… De no haberme
puesto en ésas, seguramente hubiera podido conservar la esperanza de que por lo
menos la Liga me pagara la platica de la medalla.
¿Te ganaste una
medalla?
-Gracias a un
uppercut. La Liga se había comprometido a entregarme unos pesos si la ganaba,
pero después me salió con un cuento todo raro. ¿Quieres saber lo peor?
-Dime.
-Un funcionario
me acusó de loco, le dijo a todo el mundo que yo me había vuelto loco, que lo
estaba persiguiendo, que el día menos pensado podía hacerle un daño. Se inventó
eso.
-Qué
hijueputa.
Doris se tendió
a su lado. Polo la miró de reojo, inexpresivo; después clavó los ojos en el
cielo raso.
-¿Te acuerdas de
Sarmiento, el tipo que se lanzó a la alcaldía?
-¿El de la
gorrita?
-Ése, el de la
pinta beibolística. El discurso que echó allá en el barrio fue todo un show.
Dijo que había pasado hambre, que había estudiado con mucho esfuerzo, que había
sufrido mucho en esta ciudad pero que por eso mismo la quería demasiado…
Doris soltó un
silbido.
-Pregúntame, no
te quedes callada-dijo Polo.
-Qué quieres que
te pregunte ahora.
-Por qué no lo
levanté a muñeca.
-Dímelo.
-El tipo había
noqueado a varios, tenlo por seguro; y no sólo en la calle, también en el
coliseo, en la plaza de toros, en el Centro de Convenciones…
-¿Estás suponiendo…?
¡Bonito boxeador! A lo mejor boxeó en el concejo. Fue concejal, ¿no?
-Varios años.
-Bueno,
imagínate la cantidad de peleas que debió fajarse. ¡Y todo por la plata!
Polo sonrió, y
Doris no desaprovechó la ocasión:-Ven, hombre, vamos a pasear-le dijo, melosa,
incorporándose, tendiéndole la mano.
-¿Te gustó el
paseo de hace un rato?
-Mucho. Y el
vestidito también.
-Es tuyo. ¿No
vas a ponerte la pantaleta?
-No sé. ¿Tú qué
dices?
-Quédate así.
Qué carajo.
Doris modeló un
poco, exhibiendo su vestidito de tirantes:-¿Se ajó?, ¿está ajado?
Polo permaneció
en silencio. Después se sentó en el borde de la cama, pensativo.
-¿Qué
pasa?-preguntó Doris, encarándolo.
-Pensaba en
Lucy-dijo al fin Polo.
Doris caminó
hasta la cama, se sentó:-Yo fui a muchos quinceañeros-dijo, alisándose el
vestidito-, y la verdad es que todos terminaron bien. En mi pueblo no había
pandillas ni nada de eso, los pelaos eran muy sanos.
Polo se removió,
inquieto.
-Vas a ver, voy
a contarte algo-dijo a continuación-. La chica bacana de mi cuadra, la mona
chévere, le decían, tuvo un niño hace dos años, hijo del pueblo, lógico. La
vergaja le dio la teta a la criatura
durante un mes y después se largó quién sabe a dónde. Según ella el pelaito la
estaba matando…
-¿Vive?-preguntó
Doris, volviéndose-El pelaito, quiero decir.
-Claro que vive.
Lo cuidan su abuela y sus tías, y también las vecinas, como es tan “precioso”.
Y el abuelo está aportando una platica. El monito es la estrella de la cuadra.
Ojo: el monito.
-¿Qué quieres
decirme?
-Es el caso de
El Yoki, tenía que crecer y creció, y alimentarlo y mantenerlo ya era otra
cosa, y darle los estudios tremenda complicación, la abuela no podía, el abuelo
prefería mandarlo a trabajar, los vecinos no estaban obligados a colaborarle…
“Tanto que yo cargué a ese muchacho”, se cansó de repetir la señora Delia el
día que enterraron a Lucy. Después quiso evitar que siguiera la guerra, pero
Elvin no estaba dispuesto a perdonar al asesino de su hermana, y los de su
pandilla tampoco, y entró la policía en el cuento y la cosa empeoró: Lucy había
andado de pandillera, todos andábamos de pandilleros. Yo caí en una de las
primeras batidas. “¿Boxea? ¡Denle más duro a ese hijueputa!” Me ayudó uno de
mis antiguos profesores: que yo era un muchacho sano, que hasta había sido un
magnifico estudiante… Y bueno, así consiguió que los tombos me soltaran. Tuve
que perderme, porque se decía que la Autoridad me había puesto en la calle sólo
para poder quebrarme sin meterse en problemas. Me fui para Clemencia, de allá
son mis abuelos maternos; y mira tú, allá pasé mis únicas vacaciones, varios
meses. ¿Salimos?
Polo se había
puesto de pie. Recogió la camisa de la cama y empezó a repararla.
-¿Se
arrugó?-preguntó Doris, levantándose.
-Qué va.
-Cómprate la
roja, la que vimos en el kiosco.
Polo le echó
otra ojeada a la camisa.
-Me quedaría
faltando la amarilla para completar la bandera-dijo luego.
-Amarillo, azul y rojo/tu cabeza tiene piojo-recitó Doris,
riendo-. ¿Qué tal el verso?
-A mi me
castigaron por uno que era peor-dijo Polo.
-El buen
estudiante se portó mal.
-Ya ves.
-¿Cuál dijiste?
-El de Bolívar. Simón Bolívar nació en Caracas…
-…comiendo
yerba como una vaca. Me imagino el castigo que te dio el profesor.
-Pues no te lo
imaginas. El tipo me había cogido rabia. ¿Por qué? Ni idea. Qué rabia la suya.
Me vengué poniéndole un apodo. Y salí ganando, créeme.
- Te creo.
-Podía uno
encontrar alguna gracia, ¿no?
-Yo tenía unas
amigas que eran tremendas, que me impulsaban… hice muchas maldades.
-Nosotros
teníamos nuestras aliadas.
-¿Eran muchas?
-Cuatro. Las
comadres, les decíamos.
-Hacían bonche.
-Bastante.
Polo empezó a
ponerse la camisa.
-Oye-le dijo
Doris, acercándosele-, hay algo que no me has contado.
-Dime, pregunta.
-Ven, yo te voy
abotonando.
-¿Qué quieres
saber?
-¿Alcanzaste a
hablarle a Lucy de lo tuyo?
Polo se miró la
camisa, la alisó un poco.
-Lucy ya tenía
quien la encantara-dijo luego, levantando la cabeza.
-¿Sí?
-Ése era su gran
secreto. Estaba tragada de Petaca, uno de los pandilleros que andaban con Elvín.
El mancito había sido compañero suyo en el colegio; allá le empezó a ella todo.
Y fíjate como son las cosas, fue Petaca quien destapó el ataúd del Yoki, quien
le abrió el camino a los otros: “¡Denle a ese hijueputa!”… Había que darle
puñal, la despedida.
Polo volvió a
alisarse la camisa, pensativo.
-Ven, vamos a
comprar la otra-le dijo Doris, tomándolo del brazo.
-La roja, ¿ah?
-Sí, la roja.
-Okey, okey.
-Vas a tener que
lucirla, ¿oíste?
-La luciré,
tenlo por seguro.
Amarillo, azul y rojo…
Piérdete, ¿sí?
-Es lo mejor,
Polo.
-¿Qué quieres
darme a entender?
-Pero si ya te
lo he dicho.
Polo volvió a
enfocar al sujeto de la camisa...
-Mira, es la
figura, la gran figura-dijo finalmente, con sorna.
El riquito
pasaba de un bohío a otro, la copa en la mano, luciendo su nueva camisa,
¡enrojecido!…
-Le queda
ancha-dijo Doris.
Polo se levantó
del descanso:-¡No inventes!-exclamó.
-Mira, se va.
El tipo había
echado a andar en dirección del kiosco, tarareando una canción, eso se veía. Se
movía con muy poca gracia, pero la gente de los bohíos parecía estar dispuesta
a festejarle todo. ¡Música!, ¡Música!, gritaban algunos a su paso.
-Siéntate, Polo.
-Me estoy
sentando.
-Acomódate bien.
-Eso hago.
Polo se tendió
por completo en el descanso. Doris hizo lo propio.
La brisa que
provenía del mar los adormeció, gratamente, pero como llegó la música…
-¿Qué es
eso?-preguntó Polo, volviéndose.
Doris se
incorporó un poco:-Un conjunto-dijo luego-. Parece… Viene un conjunto vallenato.
Polo comprendió:
lo traía el riquito. Se levantó de un salto:-¡Malparido!-exclamó enseguida.
El muy malparido
bailaba, festejaba… la camisa en la
mano, agitándola.
-¿Regresamos al
cuarto?-preguntó Doris, pero Polo no le prestó atención.
El conjunto tocaba
un vallenato romántico, el riquito apretaba la camisa contra su pecho, casi sin
moverse, siguiendo la melodía: Acompáñame
eh eh eh eh eh/ Acompáñame eh eh eh eh eh… Estaba por definirse cuál de los
bohíos se quedaba con el show; “Acá, Pablo”, se oía en uno, luego en el
siguiente, y así.
-¡Riquitos de
mierda!-exclamó Polo, volviéndose, apretando los puños-¿Qué te dije, Doris?
¿Ves? ¡Se jodió La Isla!...
-Ven, vamos para
el cuarto.
-¿Qué? No voy a
hacer eso.
No; quería hacer
otra cosa, podía darse ese lujo.
-¿A dónde vas,
Polo?
-No te
preocupes.
Doris le cerró
el paso:-Deja en paz a esos fulanos.
-Pero si lo que
yo quiero es que canten acá.
-No te hagas el
bobo, tú sabes de quienes estoy hablando.
-Que se vayan a
la mierda. ¿Tú crees que a esos riquitos les gusta el vallenato? ¡Pantalleros!
-Ven, espera a
que el conjunto termine de tocarles.
Polo se quedó
mirando un instante al de la camisa, que seguía bailando, rumbo al bohío
elegido: ¡Pablo!, ¡Pablo!, coreaban las muchachas, mientras él apretaba y apretaba
la camisa.
-¡Payaso!
-Ven, vamos a
sentarnos.
-Se cree muy
gracioso el malparido.
Bailaba y
festejaba idénticamente a Barrera, al Señor Concejal: ¿Quién era el más
divertido de la zona VIP?: ¡Vengan, muchachas, vengan, aquí está su Jefe!
Orangel quiso
hacerse el gracioso:-Qué pasa, Polo, ¿te choca que el man tire tanta pinta?
-¡Vaya, puerco!
-Te choca, por
eso se te ocurrió lo del cambio.
-¿Vas a seguir
con esa huevonada?
-¡Mira cómo
baila el man!
-Y babea.
-Qué va; tiene a
las muchachas contentísimas.
El doctor
trastabilló.
-No se cae,
Polo, vas a ver.
No rodó por el
piso gracias a que las muchachas lo sostuvieron a tiempo.
-¡Ahora sí que
está inspirado el doctor!
-Ve a olerle la
colonia, Orangel, anda.
-¿De qué mierda
estás hablando?
-Trae acá.
-¿Qué cosa?
-¿Qué va a ser?
Yo me encargo, déjamelo a mí.
-Toca avisarle a
Zarate. Y mira, se nota que el man no quiere soltar a su consentida.
-Es una pelaita
apenas, qué hijueputada.
-Qué putica, más
bien. Todas las hembras de El Marino son así. Oye, ¿qué tal si regresamos?, con
esas chicas lo de los polvazos nos saldría ¡uy, para qué te cuento!
-¿Qué? Olvídalo,
Orangel. A lo que vinimos, ve a buscar a Zarate.
-Se va a
emputar, júralo.
-Me importa una
mierda.
-Bueno, ahí
tienes al tuyo. ¡Mira cómo baila!
¿Qué provocaba?,
¿qué provocaba hacerle?... ¿Qué provoca hacerle, Doris? Deformarlo, de tanto
darle y darle. Pobre riquito... ¡la camisa roja!
-Siéntate, Polo;
me tienes nerviosa.
-Fresca, yo
estoy tranquilo.
-Siéntate, ¿sí?
¿O volvemos al cuarto? ¿Qué dices?
-Mira, ahora
están bailando todos.
El conjunto
estaba tocando un vallenato discotequero; el riquito de la camisa había armado
un trencito, que él mismo conducía, avivando a los otros: ¡Las mujeres!, y el
trencito se movía al ritmo de las damas; ¡Los hombres!, y el trencito se movía
al ritmo de los caballeros.
-¡Riquitos de
mierda! Ya se jodió La Isla, Doris, definitivamente.
-Bueno, eso…
-¿Eso qué?
-Eso nos quiso
dar a entender el taxista, Polo.
Cierto:
-Tiene poca
fama, ¿verdad, señor?
El tipo abrió su
puerca boca:-Tenía.
-¿Cómo así?
-Ya van a ver.
Y lo primero que
vimos fue el montón de camionetas, ¿no?, parqueadas frente a los bohíos y las
cabañas, en buena parte de la playa.
-Se llena todos
los viernes, se los digo porque…
-Pare.
El taxista
frenó:-Tú dirás, hermano.
-Devuélvase. Nos
devolvemos.
Yo no quise
rendirme:-Ay no, Polo, sigamos.
Y el taxista
volvió a abrir su jeta:-Les cuento una cosa, dentro de poquito…
-Qué, ¿se elevan todos ésos?
-Montan la
buena.
-La buena,
lógico.
-Algunos llaman
a sus prepagos-precisó el taxista, haciendo todo lo posible por no mirar a
Doris…
-Suficiente, ya
te entendimos.
-Ven, Polo,
hablemos.
Salimos del
taxi, nos encaminamos hacia la playa.
-Quedémonos,
¿sí?
-Mira, Doris, tú
dirás que soy raro, pero a mí hay cosas que me chocan.
-Pues aguántate.
Hoy, quiero decir.
-Hoy, según tú.
-Sí, hoy.
-Está bien. Pero
te lo aseguro, ¡ya se jodió La Isla!
Definitivamente.
-Camina, Polo,
ven, encerrémonos otra vez.
-Estoy jarto de
esta ciudad, Doris. ¿Tú no? ¿Todavía te gusta Cartagena?
¡Piérdete,
ojitos!
Fin