Un caso social
¿Debió olvidarse del asunto la señora Carmen?
La cierto es que estaba muy decidida. Ay, Señor, que tal eso de acabar con el lavadero sólo para que yo no pueda encargarme de la ropa de los nenes, ¡de la ropita de sus nietos! Qué manera de atormentarnos, de hacernos la vida imposible a todos, razón tienen Tere y Carlos Alberto al no querer pisar esta casa.
-Los malagradecidos no vienen por aquí pero tú de pendeja te matas lavándole los trapos a sus engendros.
-Como quieres que nos visiten, Robe, si a ti…
-¿A mí qué?
No iba a detenerla, no, señor, y Carlos estaba más que dispuesto a impedir que su padre la agrediera.
-No voy a dejarlo entrar, llamaré a la policía en caso de que sea necesario.
-Por favor, mamá, reaccione, ¡son treinta años!
-¿Tú crees que yo no quiero, Tere? Ya te dije, yo quiero.
-Dígale que viene a traer la ropa; después que usted este acá, asunto arreglado.
Sí, ya en Los Jardines…
-¿Qué tienes que ir a hacer a ese maldito barrio?
-Acuérdate de la ropa, Robe, tengo que llevársela a los nenes.
-Y dale con los nenes. Procura atender a tu marido, más bien. Subo al baño, pero no me demoro; tengo que estar en el Centro antes de la una.
¿Por qué no baja aún? ¿Habrá captado algo?
-Espero que me hayas entendido, Carmen: NO-ME-DEMORO... ¿Qué ves? No creo que me estés reparando las pelotas.
Las pelotas de papá, estas son las pelotas de Papá. ¿Y por qué Papá anda así? Porque Mamá es una lerda, es lerda y sonsa, todavía no aprende a tenerme la ropa como Dios manda. Ojalá que a ti no se te dé por parecerte a ella, Tere; si tienes esa intención, pues prepárate, tu maridito, el que te toque, te va a dar durísimo, y con justicia, te lo aseguro. Yo no saldría a defenderte.
¿Defenderla?, ¿como a mí?
-Verás lo que hice después, Carmen. Llamé a los otros taxistas de la estación y entre todos rodeamos al tipo, lo bajamos del carro y le dimos su buena paliza. Seguro que está arrepentido de haberte insultado.
-Fue a ti a quien insultó primero, Robe, como te pusiste a cerrarle la vía.
-¿Qué te pasa? Le cerré no, le cerramos. ¿Okey?
-Sí, Robe, sí.
Sí si él cree que debo decir sí, no si él cree que debo decir no. ¿Baja?
Estaba bajando, ¡con los dos bolsos! Ay, Señor.
-Conque te quieres escapar, ¿ah? ¡Malagradecida! Claro, tienes a tus hijos de consejeros. Pero vamos a ver, quiero ver cómo te las ingenias para salir de esta casa.
¿Debió olvidarse del asunto la señora Carmen?
Estaba decidida, muy decidida, era otra:-Por ahí-dijo.
-Por ahí qué.
-Por ahí voy a salir, por la mismísima puerta.
El señor Roberto soltó los bolsos:-¿Ah, sí?
La señora Carmen se dio la vuelta y echó a andar…
-¡Muerto yo!-alcanzó a oír.
Qué cosa, hombre, Robe lo había hecho. Bueno, según él.
-¿Estás seguro? ¿Completamente seguro?
-Se partió la cabeza, Eloy, con el borde de la ventana.
Con el borde de la ventana, ya, la atolondrada de Carmen… Las dos se arreglaron el pelo anoche, y apuesto a que con arrebato incluido. ¿No se mueve, Robe?...
-¿Dices que no se mueve? ¿Estás seguro?
-Me oíste bien: está tiesa, bien tiesa la maldita.
Vaya, vaya.
¿Me estás oyendo, Eloy?
-Sí, claramente.
Las peluqueó el mariquita de Jefrey, el de la Stylos. ¡Quedaron hechas unas mellas!
-Necesito que me ayudes, Eloy. ¿Qué dices, vale mía?
-¿Que te ayude, Robe?
El señor Roberto soltó un suspiro muy especial: seis meses atrás Eloy había tenido un enfrentamiento con cierto pasajero; el tipito se negó a pagarle lo justo, lo convenido:
-Le pago completo si me deja en la puerta de mi casa.
-Ya te dije que no voy a entrar al barrio, la calle está llena de huecos.
-Entonces tome, no tiene derecho a quejarse.
Eloy recogió la barra de hierro que mantiene a su alcance. Si vieras, Robe, se me pasó la mano... ¡Qué porquería! ¿Estás ahí, mi vale?
-Tienes que ayudarme, Eloy.
Eloy escupió, recordó… aquella cabeza, lo del hueco:
-Entonces qué-le preguntó Robe, la pala en la mano.
-Empieza tú, anda.
-Va, le doy.
-Se lo merecía el muy chucha.
-Claro que se lo merecía, Eloy.
-¡Maldita chucha!
Maldita, sí… maldita la atolondrada de Carmen… ¡malditas mujeres!
-¿Me oíste, vale mía?
-Te oí, Robe, te estoy oyendo.
-¿Dónde estás?
-Ya voy, ya te caigo.
Eloy le echó una última ojeada a las peluquerías: qué montón de maricas. Los centros comerciales se están llenando de maricas, la ciudad se está llenando de maricas, los maricas se están llenando de plata, se han vuelto exigentes… ¿Qué pretendía el cabezón hueco profundo? ¿Qué lo llevara sano y salvo hasta su camita? ¡Porquería grande!
El señor Roberto decidió esperar a que apareciera Eloy. ¿Y si le daba la vuelta a la vergaja?
-Tenga cuidado, papá, puede estar viva.
-Cómo se te ocurre, Tere, le di su buen totazo.
-No se confíe, nunca hay que confiarse.
-¡Mierda!
-Se lo dije. ¡Menos mal que no lo mordió!
Se escapó la maldita, ni modo… querías irte a vivir con los engendros esos, ¿ah, Carmen? Qué estupidez la tuya.
Sonó el teléfono.
-¿Llamaste a alguien, sonsa?
El teléfono repicaba y repicaba.
-Cógelo, Carmen.
-Cógelo tú, Robe, ¿no ves que estoy ocupada?
-¿Haciendo qué? ¡Cógelo imbécil!
El teléfono seguía repicando, de modo que el señor Roberto se vio obligado a correr hacia el multimueble.
-¿Aló?
-¿Dónde está Carmen? Dime.
Se trataba de Consuelo, de esa entrometida.
-¿Aló?, ¿me estás oyendo, Roberto?
-Claro que te estoy oyendo. ¿Qué quieres?
-Te pregunté dónde está Carmen.
-Me imagino que salió para Los Jardines, a llevarle la ropa a sus nietos. La verdad es que yo acabo de llegar.
-En Los Jardines no está.
-¿No? Seguro que todavía va en camino.
-Lo dudo.
-¿Cómo dices?
-No te creo, Roberto.
-¿No crees qué?
-La obligaste a quedarse, ¿verdad?
¡La muy maldita estaba enterada de todo!
-Lo hiciste, estoy segura.
-No sé de qué hablas. Ya te dije que salió, que no la encontré aquí.
-No inventes, Roberto.
-Allá tú, piensa lo que se te antoje.
-Voy a seguir investigando, ¿oíste?
-¿Investigando qué? ¿Aló?
¡Colgó la muy miserable!
Ahora estaba sonando el timbre. ¿Había llegado Eloy?
Tenía ganas de verla, por eso corrió enseguida hacia la ventana…
-Se dio duro, Robe, eso se ve.
-Por estúpida.
-¡Mujeres!
Qué cosa con las mujeres. ¿Otra ojeada? Cómo no, tenía que enfocar el corte… ¡la Stylos!
-Bendito corte.
Los mariquitas se la pasan inventando cortes de pelo; cortes amanerados para los hombres, cortes de machorras para las mujeres… las dos se habían hecho el corte del mes. ¿Por molestar?
-Pilas, Robe, apurémonos.
-Oye, tengo que decirte algo.
-Ven, hombre, movámosla.
-Llamó Consuelo, no hace mucho.
Eloy soltó el cuerpo.
-¿Qué quería? ¿Qué te dijo?
-Ya te lo diré. Tú tienes razón, tenemos que apurarnos.
-¡Qué te dijo, carajo!
-Que está investigando.
-¡Vaya!
-Pilas, Eloy. Menos mal que se me ocurrió guardar el carro en el patio.
-Está bien, carguémosla. Pero sigue contándome, ¿qué más te dijo Consuelo?
-Imagínate, ésta la tenía al tanto de su plan.
-¿Ah, sí?
Levantaron el cuerpo.
-Cuidado con la ventana, Eloy.
-¿La manché?
-No. Bueno, manchada está.
-Pero poquito, no te preocupes.
Te hizo un gran favor Roberto de la Concepción… el filo de la ventana.
El señor Roberto le echó una última ojeada al piso.
-A mi me parece que quedó bien, Eloy. ¿Tú qué dices?
-Cómo nunca, diría yo.
Sí, estaba demasiado brillante, ¡el amo de casa se había pasado de calidad!
-¿Qué tanto trapeas, Carmen?
-Tengo que hacerlo. Y por favor, quítate los zapatos, te lo ruego.
-Olvídalo, no vengas a darme órdenes.
-¡Por favor, Robe, me he pasado toda la mañana limpiando el bendito piso!
-No me digas. Te aseguro que no se le nota tu ajetreo, ¿oíste?, por ninguna parte. Además, para qué lo limpias tanto si nadie viene a visitarnos, ni siquiera tus hijos. ¡Deja ya ese trapero, idiota!
-Pues no, el piso tiene que quedar bien.
-¿Bien?
-Bien; es mi obligación que se vea bien, ¿no?
Tu obligación era permanecer aquí, al lado de tu marido. Pero qué joda, querías largarte.
-Vámonos, Eloy.
-Okey. Pero déjame echar primero una meada. ¿Qué pasa?
-Creo que viene alguien.
-¿Estás seguro?
Sonó el timbre.
-¡Mierda!
-Cálmate, Robe; puede servirte de mucho que se trate de uno de tus vecinos. Eso sí, asegúrate de darle a entender que Carmen salió, que no está aquí.
-Claro, eso es lo que debo hacer.
-Voy meando, ¿oíste?
-Fresco, yo miro.
¿Limpio y oloroso?
-El aseo de una casa se mide por el estado en que se encuentra el baño.
-Ya te entendimos, Carmen, deja la lata.
-Qué inmundicia, está todo sucio, ¡y hediondo a orín!
-Cállate, ¿quieres?, no me obligues a darte tu buen tatequieto.
-Traga y traga cerveza, para luego volverme el baño una porquería.
-¡Qué te calles, carajo!
Le dio su totazo, y con justicia. ¿Apunto? Eloy apuntó… bien, muy bien, el chorro cayó dentro de la taza. Nunca fallaba, ni siquiera estando borracho. ¿Qué le pasaba a Roberto?...
-¡Qué sí, bruta, que sí!
Bruto él; no le convenía gritar, no le convenía armar escándalo.
-¡Bruta y chismosa!
-Deja de gritarme, patán…
Carajo, esa voz… esa voz…
-…yo no soy Carmen, Roberto, yo no soy Carmen.
No, Carmen no… ¿No? ¡Carajo! Eloy se sacudió la verga con rabia, pringándolo todo. Después sufrió por culpa de la bragueta, ¡no le servía la corredera!, ¡maldita suerte!... ¡malditas mujeres!, sólo viven para el chisme. Ya en la sala, se permitió un grito:-¡Cómo se nota que no tienes oficio en tu casa!
Consuelo, plantada aún en medio de la puerta, se extrañó:-¿Qué haces tú aquí?
Eloy dio un paso más. Le reparó el corte, con detenimiento: ¡Qué machorra! ¡Vivo con una machorra!
Consuelo notó el inspeccionamiento, pero prefirió pasarlo por alto.
-Entonces, Eloy-dijo, las manos en la cintura-, ahora te la pasas todo el tiempo con tu amigote o qué, cuéntame.
Eloy optó por ser amable:-No te quedes ahí, Conchi, entra para poder explicarte todo… para que podamos explicarte todo…
Consuelo quedó intrigada.
-Bueno, toca ver de qué se trata-dijo, entrando, pasándose la mano por la cabeza, por el corte...
Fin
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