viernes, 1 de noviembre de 2013

Adiós a la isla

Publico ahora otro cuento que tiene como escenario a Cartagena de Indias... Se trata de una ''rara'' historia de amor, una historia que me complació seguir...
Adiós a la isla
Habían hecho cantidades de cosas en la cama, pero aquello, que de entrada sonaba muy chistoso, nunca.
-¡Qué ocurrencia, niño!-exclamó Doris.
Entonces, entró en el juego el ojosgateados, serio aún, tan raro él, hablándole a la Soye:
-¿Tú qué dices, reina?-la Soye se echó a reír-¿Estás viendo, Orangel?, la vergaja siempre se va en risa. Es alegre la muchachona.
-Seguro que tiene la pepita risueña, Polo-dijo Orangel, sin apartar los ojos de la lycra de Doris.
-¿Que tengo qué? ¡Ay, amiguito!
La mesa se bamboleó un poco.
-Deja de moverte tanto, Soye. ¿Qué van a pensar éstos? ¿No ves las cosas que se les ocurren?
Orangel se atrevió a toquetear la lycra:-Nada malo, cosa bella, te lo aseguro.
-Quita, niño, que todavía no hemos llegado a ningún arreglo.
No, y ya llevaban más de una hora habla que habla, y ya eran más de las seis, ya era de noche… ya los chinos estaban próximos a cerrar, seguramente.
-¿Y ese bostezo, mujer? No me digas que te cayó el aburrimiento.
La Soye volvió a reír, en un tono diferente, eso sí.
-Ningún aburrimiento-dijo luego-. Lo que pasa es que a mi amiga le entró la hambruna. Menos mal que lo mío es estar a la línea.
-¡Quién te oye!
Fue entonces cuando el ojosgateados sacó el fajo de billetes:-Tranquilas que aquí hay money.
Bastante: Un montón de billetes de cincuenta mil, billetes que parecían recién sacados del cajero…
-Las vamos a llevar a comer-añadió el tipo, pensativo.
La Soye tenía la boca abierta.
-Oye, platudo… ¿Cómo es que te llamas tú?
-Polo.
-El polo malo.
-¿Tú también te llamas Polo?
-Yo me llamo Orangel, acuérdate.
-¿Entonces? No entiendo.
-Es que siempre hay un polo bueno y un polo malo.
Doris se impacientó.
-¿No ves que te está mamando gallo, Soye?
La Soye le clavó una mirada fulminadora a Orangel:-¡Te la voy a castigar, amiguito!
Después enfocó de nuevo a Polo:-Entonces, hablando en serio, ¿de dónde…?
De dónde nada: Me levanté y le dije al… le dije a Polo que si nos apurábamos todavía podíamos encontrar abierto el restaurante de los chinos.
-Olvídalo, Doris, a mi no me gusta comer rata.
-Quién dijo que los chinos preparan ratas, eso es mentira.
-Puede que no lo hagan, pero ya se me quedó grabado el cuento. Además, mira tú, tenemos platica suficiente para darnos un gustazo.

¿Para comer como ricos?, ¿igual que los ricachones de la ciudad? Me lo quedé mirando, y bueno, sentí que había captado mi pensamiento, y que además…
-¿Sentiste? Sigue, putica.
-Okey, ya.
La Soye quiso decir algo pero ella le dio un apretón en el hombro: No es bueno hacer preguntas, he aprendido que no es bueno hacer preguntas.
-Siéntate, Doris, ya definiremos lo del restaurante-dijo Polo.
Donangel empezó a sulfurarse:-Conque eso es lo primerito ahora, ¿ah?
-Cálmate, ¿quieres?
-Qué pasa, hermano, si buscamos a estas viejas fue para echarnos unos buenos polvazos.
-Que te calmes, huevón, ¿no entiendes?
-Bueno hubiera sido lo de las pelaitas.
-¿Eso?  Una mierda.
-¿Cómo que “eso”?
Doris quiso terciar en el asunto:-Miren, si ustedes…
-Siéntate-le dijo Polo.
Sí, lo mejor que podía hacer era sentarse; algo había incomodado al muchacho, para qué llevarle la contraria, podía ponerse peor.
-Oigan, ¿han oído hablar de La Isla?-preguntó de pronto.
Orangel dio un respingo:-¿Qué? ¡Ese sitio está lejísimo!
-¿Cuál es el problema? Yo pago el taxi, no voy a tocar tu plata.
-¿También vas a pagarle a éstas la arreglada? No pretenderás llevarlas allá tal y como están. ¡Mira esa lycra!
-Basta, Orangel, no tienes por qué ser así.
-¿Así cómo?
-Tú lo sabes. Y no quiero seguir discutiendo, maldita sea.
-Estamos bonitos, pues, ahora resulta…
-¿Quieres largarte? ¿Quieres que te dé tu plata?
-Ya, Polo, no te sulfures. Sirvan el trago ustedes, muévanse.
-Déjame a mí, Doris, yo me encargo.
Donangel quiso joder:-No, Soye, que lo sirva mi amorcito.
Polo agarró la botella:-Sirve tú-le dijo a su compañero, poniéndosela al frente.
-Okey, hermano, te complazco, que descansen las damas. Y guarda esa plata que la gente puede pensar lo peor. Sino que lo digan las señoritas. A las señoritas
-Mierda, Orangel, te cuesta mucho parar tu jodedera o qué.
-Se acabó. Sirvo el trago, a lo bien.
Paz, paz, llegó la paz, justo a tiempo: los que más pueden nos tenían ya de tema.
Los turistas. ¿Eran turistas de verdad verdad? Cachacos. Bueno, turistas al fin y al cabo; boyacacunos entumecidos para siempre por el frío de su tierra, felices ahora de poder gastarse sus ahorritos de un año en la cálida y soñada Cartagena. Murmuraban: ¿Por qué no se van ésos?, ¿por qué no van a cuadrar su negocio donde les corresponde?, más o menos así, echándoles el ojo.
-Tremenda miradera, ¿no? ¡Me da risa!
A la Soye todo le resultaba chistoso, o bacano:-Bacano ve, ya están prendiéndose las lucecitas del parque.
Las lucecitas de diciembre.
-¡Eso es lo bonito de la navidad!
Del mes, del fin de año: La Soye dijo la navidad y todos volteamos a mirar hacia el parque. -Cómo son las cosas, ¿ah, oficial? Una se arregla y qué, ¿qué pasa?
-Pilas, putica, te estás saliendo del cuento.
-Se pone bonito el parque, y nosotras a la esquina, ¿no?: ¿Le gusté, papito? Venga, cerca de El Zorba hay una cantinita  donde podemos hablar con tranquilidad.
-Menos mal que tú captas, perra.
-Ay, policía.
-Bueno, putica, ya dijiste lo que querías decir. Sigue.
El parque estaba convertido en un arbolito navideño, el centro era un arbolito navideño.
-Salgamos, quiero coger un poquito de aire-dijo Polo.
-Qué aire ni que ocho cuartos, hermano.
-Salimos y buscamos el taxi, Orangel.
-Pero si por aquí pasan taxis en cantidades.
-¡Ya veremos, carajo!
La Soye volvió a inspirarse:-A mi me gustaría pasar por la catedral. ¡Quedó divina!
-¡Bonita mierda!-exclamó Orangel-, ahora resulta que la Soye es toda una religiosa.
-Religiosa no, amiguito, creyente, creo en la Virgen del Carmen.
-¿Solamente en la virgencita?
Polo se impacientó:-Ya, Orangel. Agarra la botella.
-¿Yo? ¿Yo por qué?
-Agárrala que nos vamos.
-A pasear, según parece.
-Trae acá.
-No, deja.
-Ya te lo dije, Orangel, puedes largarte si quieres.
-Lo que quiero es echarme mis polvazos.
Polo llamó al mesero. El tipo, que se había llevado un buen regaño de su jefe, no cabía duda, acudió enseguida, muy solicito.
-¿La cuenta?-preguntó, pasándose la mano por la calva.
-Sí. ¿Cuánto debemos?
-Veinticinco mil pesos.
Polo volvió a sacar el fajo de billetes.
-Veinticinco, ¿eh? Ahí tienes-El tipo estiró la mano-. Espera, primero tienes que decirme una cosita. ¿Te regaño el cachaco ese?
-Éstas saben…
-¿Éstas? Mis amigas tienen un nombre, como yo, como tú. Preséntense, chicas.
Ni modo, tocaba.
-Doris Elena Yepes, así me llamo. ¿Va a anotarlo usted, policía?
-No te hagas la graciosa, putica.
-Graciosa la Soye… Mariluz, quiero decir.
-Mariluz Arenas, calvo lindo, ¿y tú?
El tipo sonrió; sonrío el pobre, pero no alcanzó a presentarse.
-¡Qué pasa, Ever! ¿Te tienen embobado las tipas esas?-le gritó el cachaco, golpeando la registradora.
Polo reaccionó enseguida:-¿Estás celoso, viejo maricón?-exclamó, sin volverse, y luego, empuñando el billete, preparando el proyectil-: ¡Negrero! ¿Quieres tu plata? Ven a buscarla, muévete, malparido.
Se oyó un rumor, y otra vez el rugido del cachaco: ¡Perras!
-Cachaco hijueputa-masculló Polo.
-Mejor deja quieto a ese amargado-dijo la Soye-, después va a querer montárnosla a nosotras.   
Ésa era la verdad, la gran verdad. Polo se quedó pensativo.
-Lo sentí triste, y rabioso al mismo tiempo.
-¿Sabes qué, putica? Te veo grave.
-Problema mío, policía.
-¿Ah, sí? Ya veremos. Sigue.
Polo se levantó:-Andando, nos vamos.
-Ya era hora-dijo la Soye-; no le veo lo bacano a esta refresquería, idiotas los turistas que asoman por aquí.
-Agarra, calvo-el billete, que ahora lucía bien-. Y asegura tu propina, te la ganaste.
El mesero no se atrevió a abrir la boca.
-Cógela, ¿oíste?-añadió Polo-Coge lo que tú creas justo.
-Lo justo, ¿eh, putica?
-Eso dijo.
-Bueno, cuéntame, ¿para dónde agarraron?
-Calma, oficial, no se me acelere.
Polo se despidió del cachaco, desde la puerta, con mímica y todo:-¡Zámpatela, negrero!
-La puerca refresquería, obvio, y por el culo, más que obvio.
-¡Perra ciudad!-masculló luego Polo, sin quitarle los ojos de encima al viejo.
La Soye quiso ayudar:-Ven, hombre, echémosle una ojeada a la novena.
Que ya estaba en lo mejor; porque los pelaitos habían empezado a mandar, quitándole el protagonismo a las carismáticas. ¡Viejas jodonas!  Tan preocupadas por el arbolito, por el niño Dios, ¡por los benditos muñecos!... Ellas tenían que entender que el pesebre le pertenecía ahora a los niños.
-También el parque, oficial, era lo lógico.
-Te sientes muy romántica, putica, ya veo. Cuéntame, ¿entraron?
A Polo le sonó la invitación de la Soye, y luego, ya frente al parque, la cancioncita…
-Esa es Tutaina-dijo, atento a los pelaos-; la cantábamos allá en el barrio-añadió, pensativo. Después echó a andar. 
La Soye festejó:-¡Eso, vamos a hacerles el corito! Pero qué… Oye, yo no dije que abusaras.
Demasiado tarde, Polo andaba rápido.
-¿Estás viendo, Doris? Ése se metió hasta allá.
-Ven, no te quedes ahí.
-Te chiflaste tú también o qué.
-¡Qué vengas, hombre!
-Caramba, putica, te atreviste, ¿ah? Inspirada me imagino.
-…
-Eso es, hazte la muda. ¡Sigue, zorra! 
Entramos al parque con mucho respeto.
-¿Todos? ¿También Orangel?
Claro:-¡Qué mierda!-exclamó-Mejor que yo no diga nada.
-Así me gusta, amiguito, que busques juicio. Mírate, ya estás que cantas.
-¿Yo? Prefiero echar el ojo por ahí. A lo mejor consigo levantarme un chocho decente.
-Dime, putica, ¿sabrá el malparido ese lo que es la decencia?
-Sigo. Cuando llegamos al pesebre…
-Vas a decirme que nadie las increpó, ¿verdad? La gente obró así por decencia. Por DECENCIA, ¿entiendes, putica?
-Entiendo, oficial. Pero qué, ¿se acabó el interrogatorio?
-No te hagas la viva.
-Como ya no quiere dejarme hablar.
-Dime una cosa, ¿se me va a parar la que sabemos?
-¿La verga? Claro que sí, policía, y le aseguro algo más: va a llegarle usted inspiradito a su dama.
-¿Qué estás diciendo?
-Aplíquele el servicio completo, ¿oyó? Ella se lo va a agradecer. Lo normal es que a las doñas les haga falta su buena dosis de verga.
-¡Puta! ¡Grandísima puta!

¿Duro?
Sí, muy duro, una y otra vez: me partió la boca, me hinchó los ojos...
-¿Ya tienes suficiente, perra?
Intenté decir algo, pero no pude, no me salió nada… bueno, sangre.
-Canta, pues, para verte-se burló-. ¿Cómo dice? Tutaina tuturumaina
Canté, ¿ah?, en el parque, también cantó la Soye…Y tú sonriente:-Caramba, me salieron cantantes ustedes.
La Soye sonrió, un poco triste en verdad.
-No inventes, Polo-dijo luego-, cantantes los niños, ellos sí que cantan.
Sé bien que te preguntaste qué le pasaba a mi compañera, hasta ella se dio cuenta de eso, ¿no?
-¿Por qué me miras así?
-Por nada, Soye.
Y se me da a mí enseguida por hablar del pesebre de la seño Cristiana…
-Era el más bonito de San Juan. Los viejos me llevaron a verlo un veinticinco.
-Me imagino que estabas muy pelaita entonces. ¿O me equivoco?
-Tenía unos siete años, Polo.
-Siete, ya.
Dos más que Kevin, me dije, y fue como si me hubieras leído el pensamiento: los dos volteamos a mirar a la Soye…
-¿Están viendo? Ya van a repartirles los dulces.
Los pelaitos se arremolinaron alrededor del papá Noel, intensos todos ellos; bueno, había uno que llevaba la delantera. A la Soye se le iluminó el rostro…
-¡Lo sabía yo! Ese morenito… yo lo sabía. ¡Qué vivo!
Sí, el morenito de la gorra era el más agalludo: metía una mano en la bolsa, luego la otra…
-Es vivísimo, ¿verdad?
-Bastante, Soye.
-¡Vivísimo ese pelao!
Notaste entonces que la Soye tenía los ojos enguarapados, y también que el repelente de tu amigo se acercaba. Te pusiste inquieto.
-Bueno, vámonos.
-Muévete, Soye, pilas.
-Ya voy, Doris, espérate.
Llegó Orangel:-¿Se aburrieron ustedes de cantarle al niño Dios? ¡Por fin!
Tutaina, tuturumaina…:-Entonces, putica, ¿qué sigue? Olvídate de los villancicos, a la mierda el bendito pesebre y toda esa pendejada, avanza el rollo.
Lo hice, y con gusto...
-¿Estás diciéndome que salieron a pasear?
-Que caminamos.
-Explícate, maldita sea.
La cuestión era adónde nos dirigíamos en definitiva:-¿Seguimos derecho, Polo?
-Sí, Doris, para después salir a la torre.
-Como cualquier grupo de turistas, ¿eh, putica?
Orangel se sulfuró, ahora sí.
-Conque a la torre, qué bonito. ¿Qué es lo que te está pasando a ti, Polo?
Entonces volviste a sacar el fajo de billetes:-¿Quieres ver cómo nos pasean los cocheros, Orangel?
-¡Qué hombre, putica! Y sé lo que vas a decirme ahora, lo adivino.
Que a Orangel le tocó quedarse callado…
-Sigue, grandísima puta.
…calladito, calladito. Y yo con unas ganas de reírme; tremendo sonso, tanto protestar, ¿y para qué?, para quedar de guía.
-El tipo tiene el tranco largo, oficial.
-¡Adónde las llevas, cabrón!-le gritó alguien desde Obsesiones.  
-A mi esta vaina me da vergüenza, Polo, sinceramente.
-Cierra tu puerca jeta, amiguito, ya me tienes jarta.
Peligro, te dije, y tú me entendiste. Conozco bien a la Soye: hay que tenerle miedo cuando se emputa.
-Me estás volando la piedra, pendejo, te lo advierto.
-Qué carga la zorra esa, putica, ¿una cuchilla?
-Ay, policía.
-Qué carga, ¿ah?
Se lo dije, Polo:-El asco, carga el asco. Con eso basta.
Me entendió, no tuve que explicarle nada.
-¿Sigo?
-Dime, ¿cómo reaccionó Orangel?
-Me la encaminó.
-No me digas.
El muy estúpido:-Vamos, amorcito, pilas.
-¡Suéltame!
-Ni de vainas, tú vienes conmigo.
-¿Qué pasa, Orangel?
-Que me voy, Polo, pero me llevo a ésta.
La Soye no pudo aguantar la risa, y con razón.
-¿Ya te olvidaste de tu invento, papi? ¡No puede ser!
Nos iban a comer en la misma cama; él le daba a una, tú a la otra... después seguía el cambio de pareja.
-Qué pasa, amiguito, me tienes decepcionada.
-Quien te ve tan risueña, maldita zorra. Apuesto a que tienes algún muerto encima.
-¿Lo tiene, putica? Cuéntame.
-Varios, me imagino.
-Te recuerdo que esto es un interrogatorio.
-Tres o cuatro, al igual que yo.
-¿Quieres hacerte la graciosa, grandísima puta?
Entonces disparé, Polo, con fuerza… que disparé, me dices tú, ¿sabes? Primero al malparido que me arrastró hasta la estación, después al oficial. El oficial quedó ciego por un momento… Bueno, te ahorro los detallazos con los que me premió...
-Oye lo que te digo, putica: tu Polo le dio demasiada burundanga al concejal, es probable que el tipo no se recupere. Quiero oírte ahora, vamos a ver, quiero que te portes seria. 
Comprendí:-Usted…
-¿Qué hizo?, ¿qué le hizo a su compinche?
-Lo golpeó.
-Defendió a tu amiguita, ya. Quiero los detalles, pilas.
-Lo golpeó contra la puerta de un almacén.
-Sigue.
-Le partió la cabeza.
-¿Bastante?
-El problema…
-Ningún problema.
-La gente no me dejó ver nada, comprenda.
-Pero después pudiste repararle bien las manos al muy hijueputa, ¿no? ¿Cómo las tenía?
Ni modo, Polo, le pinté unas manos sucias de sangre.
-De manera que al tipo le tocó limpiárselas antes de ponértelas encima. Ahora sí empiezo a comprender. ¿Será que el tal Orangel estiró la pata? Su vale lo dejó casi muerto, putica. Eso dicen los testigos.
Los cabrones de Obsesiones, seguramente.
-Los golpes en la cabeza son malos, esos golpes son muy malos. La persona queda viva, pero más tarde le sale la cuestión, pasados dos o tres días... Qué vaina, putica, tu Polo se metió en un lío grande. 
Piérdete, ojitos, no te quedes en Cartagena.
-Entonces, putica, cuéntame, ¿cómo fue la huida?
-Cuando Polo vio que la gente quería detenerlo, me agarró por el brazo y echó a correr.
-¿Sí? Tan  romántico el tipo. Qué te dije, ¿ah? ¿Ya se te olvidó?
-Corrió y yo me le pegué.
Menos mal que eso también es verdad. ¿La verdad?
-La verdad, Doris, es que yo intenté darte la mano y arrancar a correr.
-Cuando te quitaste de encima al cabeza rambada.
-Sí, fue en ese momentico; pero entonces me cayó el man de la chaza.
Estuvo bien que le dieras su totazo. Yo apreté a correr apenas lo vi patas arriba, al mismo tiempo que tú.
-Te le pegaste, putica, hecha la romántica. Te importó poco dejar abandonada a tu compañera.
-La Soye sabe defenderse.
-¡La muy perra! Sigue. ¿Hasta dónde corrieron ustedes?
-Doblamos por la esquina del Ley y salimos a la avenida.
-Y allí cogieron el coche.
-El taxi.
-Qué pesar, ¿no? Los taxis resultan poco románticos. Bueno, al grano, ¿te dio mucha verga el tipo, allá en La Isla?
Tenía que decirle que sí, pero sin entrar en detalles.
-Yo quise complacerlo-se me salió al final.
-Mírame, grandísima puta.
-Se portó muy bien conmigo; me compró ropita, me llevó a un sitio de lo más bonito…
-¡Qué me mires, zorra!
Lo miré. Claro, con las mismas ganas de hacía un rato…
-¿No se te ocurrió preguntarle al malparido ese cómo había hecho para levantarse sus lindos  billeticos?
-No. Nunca me ha interesado saber de dónde le vino la plata al tipo con el que me voy a acostar.
La verdad es que prefiero hacerme a la idea de que el cliente que me tocó es la peor persona del mundo, eso ayuda.
-¡Puta y ratera!
-Yo no le he robado a nadie, policía, jamás. Hasta procuro moverme bien, ¿sabe?
-Vamos a ver si te sigues moviendo en la cárcel, putica. Dudo que salgas limpia de este asunto.
El concejal se encuentra bien, pero está ardido.
-Sobre todo porque las malas lenguas andan diciendo que la burundanga se la dieron en un puteadero. ¿Qué toca hacer? Tranquilizar al hombre; sus paisanos van a recibir dentro de poquito la verdadera noticia: hay una puta metida en el cuento… ¿Que se mueve en el cuento? Sí, si, pero… pero pero… Adivina, cariño. Solucionado el caso. Entérate, pendeja: en esta ciudad mandan los señores concejales. Como dijo un periodista por ahí: ´´Estamos bajo el Poder del Partido Único del Concejo.´´ ¡Pero qué vas a entender tú! En fin, para mí está más que solucionado el caso.
Piérdete, Polo, no te quedes aquí, ¡ya te lo dije! Es cierto, al oído, queda…
-¿Quieres que me vaya de La Isla?-dijo Polo, sonriéndose, recostando la cabeza en la almohada.
-No juegues.
-A lo mejor te paro bolas.
-Ojalá. A ti te preocupa el tal Zarate, supongo.
-No le cuadró el cambio. Orangel le había hablado del gerentico.
-Y ahora me sales con el cuento del concejal. ¿Un concejal? ¿Barrera? Yo no toco a ese tipo.
-Zarate se enamoró de la colonia, Doris.
-¿De qué estás hablando?
-Cuando a Zarate le huele bien la colonia de un Funcionario, se enamora de la colonia y del Funcionario.
-Entiendo, sé a qué le temes.
-No estoy asustado, ¿oíste? Me choca que Zarate tenga semejante caída. Para mí eso es lo peor que le puede pasar a un tipo como él, que vive al pie de la ciénaga.
-¿Qué tanto hace en el Club?
-¿Quieres que te diga la verdad? Sólo falta que su prima lo ponga a lavar las pantaletas de las muchachas. ¿Ves? Me choca el man.
-¿Le has dado su buena puñera?
Polo sonrió.
-Si la embarra ¡qué carajo!-exclamó luego, levantándose.
Echó a andar hacia la ventana. Se detuvo.
-¿Quieres verme boxear, Doris?-preguntó, volviéndose.
-Sí, dale.
Polo se cuadró, la guardia arriba.
-Nunca fui bueno defendiéndome-dijo sin embargo, y lanzó el primer golpe-: Ése era mi recto de derecho, cariño.
-¿Era?
Siguió moviéndose, finta va, finta viene.
-¿Le doy?
-Dale, Polo.
-¡Buen uppercut!-exclamó a continuación-Mi mejor golpe; con ése fulminé al Pantallero Sarabia,  que me estaba pegando duro-Una finta más y bajó los brazos. Se plantó frente a la cama-.Bueno, los dos nos estábamos dando de lo lindo. Los comentaristas dijeron al final de la pelea que había sido un combate muy reñido, que ambos boxeadores habían demostrado tener mucha bravura pero poca técnica.
-Osea…
-Que no sabíamos boxear, por eso mismo terminamos tan deformes. Mamá le preguntó a Vanegas, mi entrenador, que si yo le iba a seguir llegando así, y el viejo le dijo que podía estar tranquila porque definitivamente a mi me sobraba talento para el boxeo, que Sarabia me había castigado bastante pero que mi próximo rival no iba a poder tocarme, y mucho menos la cara, que él se encargaría de pulirme al máximo, y le dio y le dio a lo de mi talento. Mamá esperó a que se quedara callado. “Y usted qué cree, Vanegas”, le dijo entonces, “¿que para lo único que mi hijo tiene talento es para tirar puño? ¡Es un buen estudiante!”  
-¿Lo eras, Polo?
Polo se dejó caer en la cama:-¡Bien noqueado!-exclamó luego-Es lo que yo me digo.
Doris guardó silencio.
-Y mira tú-prosiguió Polo-, lo que puedo contar es que me fajé una pelea en el Centro de Convenciones. ¡Aplaudan! ¿No aplaudes, Doris?
-Ven acá.
-¿Crees ese cuento?
-Claro que lo creo.
-Mejor pregúntame.
-¿Qué?
-Si gané la pelea ¿por qué no seguí boxeando?
Doris se levantó:-Ven, vamos a pasear.
-Vanegas tenía razón-dijo Polo, inmóvil-, mucha razón: me jodió la reclamadera… De no haberme puesto en ésas, seguramente hubiera podido conservar la esperanza de que por lo menos la Liga me pagara la platica de la medalla.
¿Te ganaste una medalla?
-Gracias a un uppercut. La Liga se había comprometido a entregarme unos pesos si la ganaba, pero después me salió con un cuento todo raro. ¿Quieres saber lo peor?
-Dime.
-Un funcionario me acusó de loco, le dijo a todo el mundo que yo me había vuelto loco, que lo estaba persiguiendo, que el día menos pensado podía hacerle un daño. Se inventó eso.
-Qué hijueputa. 
Doris se tendió a su lado. Polo la miró de reojo, inexpresivo; después clavó los ojos en el cielo raso.
-¿Te acuerdas de Sarmiento, el tipo que se lanzó a la alcaldía?
-¿El de la gorrita?
-Ése, el de la pinta beibolística. El discurso que echó allá en el barrio fue todo un show. Dijo que había pasado hambre, que había estudiado con mucho esfuerzo, que había sufrido mucho en esta ciudad pero que por eso mismo la quería demasiado…
Doris soltó un silbido.
-Pregúntame, no te quedes callada-dijo Polo.
-Qué quieres que te pregunte ahora.
-Por qué no lo levanté a muñeca.
-Dímelo.
-El tipo había noqueado a varios, tenlo por seguro; y no sólo en la calle, también en el coliseo, en la plaza de toros, en el Centro de Convenciones…
-¿Estás suponiendo…? ¡Bonito boxeador! A lo mejor boxeó en el concejo. Fue concejal, ¿no?
-Varios años.
-Bueno, imagínate la cantidad de peleas que debió fajarse. ¡Y todo por la plata!
Polo sonrió, y Doris no desaprovechó la ocasión:-Ven, hombre, vamos a pasear-le dijo, melosa, incorporándose, tendiéndole la mano.
-¿Te gustó el paseo de hace un rato?
-Mucho. Y el vestidito también.
-Es tuyo. ¿No vas a ponerte la pantaleta?
-No sé. ¿Tú qué dices?
-Quédate así. Qué carajo.
Doris modeló un poco, exhibiendo su vestidito de tirantes:-¿Se ajó?, ¿está ajado?
Polo permaneció en silencio. Después se sentó en el borde de la cama, pensativo.
-¿Qué pasa?-preguntó Doris, encarándolo.
-Pensaba en Lucy-dijo al fin Polo.
Doris caminó hasta la cama, se sentó:-Yo fui a muchos quinceañeros-dijo, alisándose el vestidito-, y la verdad es que todos terminaron bien. En mi pueblo no había pandillas ni nada de eso, los pelaos eran muy sanos.
Polo se removió, inquieto.
-Vas a ver, voy a contarte algo-dijo a continuación-. La chica bacana de mi cuadra, la mona chévere, le decían, tuvo un niño hace dos años, hijo del pueblo, lógico. La vergaja le dio la teta a la  criatura durante un mes y después se largó quién sabe a dónde. Según ella el pelaito la estaba matando…
-¿Vive?-preguntó Doris, volviéndose-El pelaito, quiero decir.
-Claro que vive. Lo cuidan su abuela y sus tías, y también las vecinas, como es tan “precioso”. Y el abuelo está aportando una platica. El monito es la estrella de la cuadra. Ojo: el monito.
-¿Qué quieres decirme?
-Es el caso de El Yoki, tenía que crecer y creció, y alimentarlo y mantenerlo ya era otra cosa, y darle los estudios tremenda complicación, la abuela no podía, el abuelo prefería mandarlo a trabajar, los vecinos no estaban obligados a colaborarle… “Tanto que yo cargué a ese muchacho”, se cansó de repetir la señora Delia el día que enterraron a Lucy. Después quiso evitar que siguiera la guerra, pero Elvin no estaba dispuesto a perdonar al asesino de su hermana, y los de su pandilla tampoco, y entró la policía en el cuento y la cosa empeoró: Lucy había andado de pandillera, todos andábamos de pandilleros. Yo caí en una de las primeras batidas. “¿Boxea? ¡Denle más duro a ese hijueputa!” Me ayudó uno de mis antiguos profesores: que yo era un muchacho sano, que hasta había sido un magnifico estudiante… Y bueno, así consiguió que los tombos me soltaran. Tuve que perderme, porque se decía que la Autoridad me había puesto en la calle sólo para poder quebrarme sin meterse en problemas. Me fui para Clemencia, de allá son mis abuelos maternos; y mira tú, allá pasé mis únicas vacaciones, varios meses. ¿Salimos?
Polo se había puesto de pie. Recogió la camisa de la cama y empezó a repararla.
-¿Se arrugó?-preguntó Doris, levantándose.
-Qué va.
-Cómprate la roja, la que vimos en el kiosco.
Polo le echó otra ojeada a la camisa.
-Me quedaría faltando la amarilla para completar la bandera-dijo luego.
-Amarillo, azul y rojo/tu cabeza tiene piojo-recitó Doris, riendo-. ¿Qué tal el verso?
-A mi me castigaron por uno que era peor-dijo Polo.
-El buen estudiante se portó mal.
-Ya ves.
-¿Cuál dijiste?
-El de Bolívar. Simón Bolívar nació en Caracas
 -…comiendo yerba como una vaca. Me imagino el castigo que te dio el profesor.
-Pues no te lo imaginas. El tipo me había cogido rabia. ¿Por qué? Ni idea. Qué rabia la suya. Me vengué poniéndole un apodo. Y salí ganando, créeme.
- Te creo.
-Podía uno encontrar alguna gracia, ¿no?
-Yo tenía unas amigas que eran tremendas, que me impulsaban… hice muchas maldades.
-Nosotros teníamos nuestras aliadas.
-¿Eran muchas?
-Cuatro. Las comadres, les decíamos.
-Hacían bonche.
-Bastante.
Polo empezó a ponerse la camisa.
-Oye-le dijo Doris, acercándosele-, hay algo que no me has contado.
-Dime, pregunta.
-Ven, yo te voy abotonando.
-¿Qué quieres saber?
-¿Alcanzaste a hablarle a Lucy de lo tuyo?
Polo se miró la camisa, la alisó un poco.
-Lucy ya tenía quien la encantara-dijo luego, levantando la cabeza.
-¿Sí?
-Ése era su gran secreto. Estaba tragada de Petaca, uno de los pandilleros que andaban con Elvín. El mancito había sido compañero suyo en el colegio; allá le empezó a ella todo. Y fíjate como son las cosas, fue Petaca quien destapó el ataúd del Yoki, quien le abrió el camino a los otros: “¡Denle a ese hijueputa!”… Había que darle puñal, la despedida.
Polo volvió a alisarse la camisa, pensativo.
-Ven, vamos a comprar la otra-le dijo Doris, tomándolo del brazo.
-La roja, ¿ah?
-Sí, la roja.
-Okey, okey.
-Vas a tener que lucirla, ¿oíste?
-La luciré, tenlo por seguro.
Amarillo, azul y rojo

Piérdete, ¿sí?
-Es lo mejor, Polo.
-¿Qué quieres darme a entender?
-Pero si ya te lo he dicho.
Polo volvió a enfocar al sujeto de la camisa...
-Mira, es la figura, la gran figura-dijo finalmente, con sorna.
El riquito pasaba de un bohío a otro, la copa en la mano, luciendo su nueva camisa, ¡enrojecido!…
-Le queda ancha-dijo Doris.
Polo se levantó del descanso:-¡No inventes!-exclamó.
-Mira, se va.
El tipo había echado a andar en dirección del kiosco, tarareando una canción, eso se veía. Se movía con muy poca gracia, pero la gente de los bohíos parecía estar dispuesta a festejarle todo. ¡Música!, ¡Música!, gritaban algunos a su paso.
-Siéntate, Polo.
-Me estoy sentando.
-Acomódate bien.
-Eso hago.
Polo se tendió por completo en el descanso. Doris hizo lo propio.
La brisa que provenía del mar los adormeció, gratamente, pero como llegó la música…
-¿Qué es eso?-preguntó Polo, volviéndose.
Doris se incorporó un poco:-Un conjunto-dijo luego-. Parece… Viene un conjunto vallenato.
Polo comprendió: lo traía el riquito. Se levantó de un salto:-¡Malparido!-exclamó enseguida.
El muy malparido bailaba, festejaba…  la camisa en la mano, agitándola.
-¿Regresamos al cuarto?-preguntó Doris, pero Polo no le prestó atención.
El conjunto tocaba un vallenato romántico, el riquito apretaba la camisa contra su pecho, casi sin moverse, siguiendo la melodía: Acompáñame eh eh eh eh eh/ Acompáñame eh eh eh eh eh… Estaba por definirse cuál de los bohíos se quedaba con el show; “Acá, Pablo”, se oía en uno, luego en el siguiente, y así.
-¡Riquitos de mierda!-exclamó Polo, volviéndose, apretando los puños-¿Qué te dije, Doris? ¿Ves? ¡Se jodió La Isla!...
-Ven, vamos para el cuarto.
-¿Qué? No voy a hacer eso.
No; quería hacer otra cosa, podía darse ese lujo.
-¿A dónde vas, Polo?
-No te preocupes.
Doris le cerró el paso:-Deja en paz a esos fulanos.
-Pero si lo que yo quiero es que canten acá.
-No te hagas el bobo, tú sabes de quienes estoy hablando.
-Que se vayan a la mierda. ¿Tú crees que a esos riquitos les gusta el vallenato? ¡Pantalleros!
-Ven, espera a que el conjunto termine de tocarles.
Polo se quedó mirando un instante al de la camisa, que seguía bailando, rumbo al bohío elegido: ¡Pablo!, ¡Pablo!, coreaban las muchachas, mientras él apretaba y apretaba la camisa.
-¡Payaso!
-Ven, vamos a sentarnos.
-Se cree muy gracioso el malparido.
Bailaba y festejaba idénticamente a Barrera, al Señor Concejal: ¿Quién era el más divertido de la zona VIP?: ¡Vengan, muchachas, vengan, aquí está su Jefe!
Orangel quiso hacerse el gracioso:-Qué pasa, Polo, ¿te choca que el man tire tanta pinta?
-¡Vaya, puerco!
-Te choca, por eso se te ocurrió lo del cambio.
-¿Vas a seguir con esa huevonada?
-¡Mira cómo baila el man!
-Y babea.
-Qué va; tiene a las muchachas contentísimas.
El doctor trastabilló.
-No se cae, Polo, vas a ver.
No rodó por el piso gracias a que las muchachas lo sostuvieron a tiempo. 
-¡Ahora sí que está inspirado el doctor!
-Ve a olerle la colonia, Orangel, anda.
-¿De qué mierda estás hablando?
-Trae acá.
-¿Qué cosa?
-¿Qué va a ser? Yo me encargo, déjamelo a mí.  
-Toca avisarle a Zarate. Y mira, se nota que el man no quiere soltar a su consentida.
-Es una pelaita apenas, qué hijueputada.
-Qué putica, más bien. Todas las hembras de El Marino son así. Oye, ¿qué tal si regresamos?, con esas chicas lo de los polvazos nos saldría ¡uy, para qué te cuento!
-¿Qué? Olvídalo, Orangel. A lo que vinimos, ve a buscar a Zarate.
-Se va a emputar, júralo.
-Me importa una mierda.
-Bueno, ahí tienes al tuyo. ¡Mira cómo baila!
¿Qué provocaba?, ¿qué provocaba hacerle?... ¿Qué provoca hacerle, Doris? Deformarlo, de tanto darle y darle. Pobre riquito... ¡la camisa roja!
-Siéntate, Polo; me tienes nerviosa.
-Fresca, yo estoy tranquilo.
-Siéntate, ¿sí? ¿O volvemos al cuarto? ¿Qué dices?
-Mira, ahora están bailando todos.
El conjunto estaba tocando un vallenato discotequero; el riquito de la camisa había armado un trencito, que él mismo conducía, avivando a los otros: ¡Las mujeres!, y el trencito se movía al ritmo de las damas; ¡Los hombres!, y el trencito se movía al ritmo de los caballeros.   
-¡Riquitos de mierda! Ya se jodió La Isla, Doris, definitivamente.
-Bueno, eso…
-¿Eso qué?
-Eso nos quiso dar a entender el taxista, Polo.
Cierto:
-Tiene poca fama, ¿verdad, señor?
El tipo abrió su puerca boca:-Tenía.
-¿Cómo así?
-Ya van a ver.
Y lo primero que vimos fue el montón de camionetas, ¿no?, parqueadas frente a los bohíos y las cabañas, en buena parte de la playa.
-Se llena todos los viernes, se los digo porque…
-Pare.
El taxista frenó:-Tú dirás, hermano.
-Devuélvase. Nos devolvemos.
Yo no quise rendirme:-Ay no, Polo, sigamos.
Y el taxista volvió a abrir su jeta:-Les cuento una cosa, dentro de poquito…
-Qué, ¿se elevan todos ésos?
-Montan la buena.
-La buena, lógico.
-Algunos llaman a sus prepagos-precisó el taxista, haciendo todo lo posible por no mirar a Doris…
-Suficiente, ya te entendimos.
-Ven, Polo, hablemos.
Salimos del taxi, nos encaminamos hacia la playa.
-Quedémonos, ¿sí?
-Mira, Doris, tú dirás que soy raro, pero a mí hay cosas que me chocan.
-Pues aguántate. Hoy, quiero decir.
-Hoy, según tú.
-Sí, hoy.
-Está bien. Pero te lo aseguro, ¡ya se jodió La Isla!
Definitivamente.
-Camina, Polo, ven, encerrémonos otra vez.
-Estoy jarto de esta ciudad, Doris. ¿Tú no? ¿Todavía te gusta Cartagena?
¡Piérdete, ojitos! 
Fin