Una costumbre sana
Patricia fue la primera en reconocer el vozarrón.
-Mierda, justo ahora-dijo, con evidente desagrado.
-¿Va a entrar?-preguntó Marta, limpiándose las lágrimas.
-No lo dudes. Límpiate bien, pendeja.
-No entiendo, Patri, no puedo entenderlo.
-¡Deja de llorar, maricona!
-¿Maricona?
-Es la costumbre.
-¿Qué?
-Recuerda que en mi oficina sólo trabajan machos.
-Machos, claro. ¡Machos!
-¿Quieres calmarte?
-Fresca, voy a calmarme, ya estoy calmada.
-Límpiate bien.
-Eso hago. ¿Entró?
Acababa de entrar: se ajustó el nudo de la corbata, se pasó la mano por el pelo, se miró los zapatos…
-¡Tan artista el huevón!
-Siempre ha sido así, Patri.
-Va a jodernos la paciencia. Como si estuviéramos para chanzas.
-Me pregunto…
-Cállate que ya lo tenemos encima.
Muy cierto:-¡Bonito fogaje!-exclamó, acercándose a la mesa-Bonito, bonito; el mundo se está prendiendo.
-Quiubo, Iván, cómo andas.
Iván, la mano en el bolsillo, miró a una, luego a la otra, lascivo, como siempre.
Un besote para Patricia:-Cómo está de linda la doctorcita Patri, ¿ah? Juancho es un suertudo, qué injusticia.
Un besote para Marta:-¿Y a la ingeniera Moré que se le puede decir? Que es una reina, un bombón. ¿Cómo es que se llama el tipito ese que te administra los negocios? Se salva de la cornamenta porque es mi primo, te lo confieso.
Lo dicho, ¡qué lata!
-Bueno, mejor me acomodo. Con el permiso de ustedes, obvio.
Se sentó, haciéndose el pensativo. ¿Dándoles a entender que había puesto la mente en los dos huecos que tenía al alcance de la mano? Sin duda.
-Oigan, todavía andan de cinéfilos sus señores, ¿ah?-dijo luego.
Las dos mujeres se miraron en silencio.
-¡El par de intelectuales!-prosiguió Iván-Ayer mismo los vi en ésas. Y a que no adivinan, tuvieron la osadía de invitarme a la función.
-¿Sí?
-Como oíste, Marta. ¿Por qué te extrañas?
-Por nada-dijo Patricia-. Se le salió.
-¡No me digas!
-Basta, huevón.
-Tranquila, Patri, deja que Marta me lo explique.
-No tiene nada que explicarte.
-Okey, okey, no ha pasado nada. ¡Le tengo miedo a tu lengua, Patricia!
-¿A mi lengua?
Iván intentó reír.
-Mejor no. Se me ha ocurrido un chiste pero mejor no lo digo.
-Haces bien.
-¡Caramba! Qué pasa, señoras, ¿quién estiró la pata? Hablaría de consolarlas pero… Ay, amigas mías, toca disfrutar la vida, miren que el mundo se está prendiendo. ¡Qué fogaje! Ya no luce eso de “estoy caliente”…
-Cómo eres, Iván, no cambias.
-¿Yo? Para qué, Patri. ¡Despierta, Marta! ¿Qué tiene mi reina? ¿Qué le duele?
-Nada, Iván; sólo estaba pensando.
-En quién, ¿en Edgar? ¡Olvídate de ese miserable!
Marta no pudo aguantarse…
-¿A dónde va ésa, Patri?
-Al baño. Anda mal del estómago.
-¿Del estómago? ¿No estará…?
-¡No, hombre, cómo se te ocurre!
-¿Por qué te extrañas? Edgar me dijo la otra vez que él quiere encargar el varoncito, para que la niña no se sienta tan sola.
-¿Eso te dijo?
-Ajá. Pero cuéntame, ¿qué hacen las dos amiguitas en un sitio como éste?
-Pasábamos y… como hace tanta calor.
Iván le echó una ojeada a las botellas.
-Qué fue primero, ¿el jugo o la cerveza?
-Ay, Iván, no te pongas pesado.
-¿Te estoy molestando, linda?
-No me pares bola. Dime, ¿caes muy seguido por aquí?
-Bastante. Por lo general a esta hora; suelo tomarme un par de cervezas antes del almuerzo. Juancho dice que es una costumbre sana.
-Una costumbre sana, ¿eh?
-Qué pasa, ¿no te suena?
-Me suena, claro. Juancho también frecuenta mucho este sitio, ¿ah?
-Los dos amiguitos. En el Instituto, aquí cerquita, presentan películas todas las semanas, de esas películas que le gusta ver a la intelectualidad, tú sabes.
Patricia se levantó, bruscamente.
-¿Dije algo malo, mi vida?
-Voy a ver cómo sigue Marta.
-¿Y yo qué?
¿Un beso para Iván? No; no era necesario.
-Anda, pide tus cervezas.
-¿Esa es tu despedida, Patri?
-Sí; y te he dicho todo.
-¿Todo? ¡Quién entiende a las mujeres! Por eso es que el doctor Iván no se casa. Jamás me casaré. ¿Te suena eso, querida? ¡Hey, espera!
Patricia se encaminó hacia el pasillo; el baño de las mujeres estaba al fondo, bastante alejado, por suerte, del de los hombres. La damita de la sombrilla le dio la bienvenida. Entró. Marta estaba plantada frente al tocador. ¿Qué esperaba encontrar en su rostro? O, más exactamente, ¿qué esperaba encontrar en su rostro después de haberse lavado la cara?
-Oye, tenemos que irnos-indicó Patricia.
-Pienso y pienso pero sigo sin entender.
-¡Es que no vamos a entenderlo, carajo!
-Las cosas siempre tienen una explicación, Patri-dijo Marta, volviéndose.
-No me digas que estás sintiéndote culpable. ¡Reacciona, mujer!
-Tengo que contarte una cosa.
-¿Vas a hablarme de Iván? Te impresionó el muy huevón o qué.
-Iván es un pendejo. Verás, hace un momento, cuando venía para acá, me pasó algo curioso. Un tipo estaba en medio del pasillo, atendiendo una llamada; apenas me vio se puso a morboseárme, toda, descaradamente. ¿Sabes por qué no lo insulté? Porque me sentí bien. Chévere que el tipo se portara así y que en su pensamiento me hiciera quién sabe qué clase de porquerías.
-Chévere, claro. Es necesario que tomemos una decisión, Marta.
-Yo no pienso volver al apartamento.
-¿Te estás olvidando de la niña? Mira, salgamos de aquí. Tenemos que seguir hablando, pero no creo que este sea el lugar indicado para hacerlo. ¿De qué te ríes?
-Me recordaste a mi profesora de Comportamiento y Salud; le chocaba que sus alumnas armaran corro en el baño del colegio. Era tesa la vieja.
-Ya. Pero ojo, yo hablaba de irnos a otro lado, ¿entiendes?
-Okey, vámonos.
Estaban a punto de salir cuando Patricia descubrió el graffiti, en la puerta de uno de los retretes: “De cierto os digo: Probad el culo de la Baldiris y veréis el cielo al final del túnel”, leyó de reojo, andando. Luego, se animó a sonreír, pensativa.
-¿Qué pasa, Patri?
Patricia se detuvo:-Acabo de acordarme de un letrerito, Marta-dijo, sonriendo aún-, de un letrerito que vi en cierta… en el colegio, en el baño del colegio. Sí, allí, allí fue.
-¿Qué decía?
-¿Que qué decía?
Patricia guardó silencio un instante. Luego recitó: “Ya visteis, Rosa, tanto insistí y le di y le di que al final por vuestro culito me fui… de paseíto me fui… ”
-Vaya rimas.
-El poema tenía su dedicatoria y todo, Marta: “Gracias, mi adorada todera”, decía.
-Conque la Todera.
-“Seguro que el muchacho bautizó así a la muchacha al finalizar su exploración”, nos dijo el profe de Comportamiento y Salud.
Marta intentó sonreír.
-Me parece… Ay, Patri.
-El profe vio el letrerito, y no paró ahí, lo analizó, como era tan abierto. Llegó a una conclusión: “Una costumbre sana, ¿eh, señores?”, le dijo a los muchachos, mirándonos de reojo, haciéndonos un guiño.
Marta guardó silencio un instante.
-Ay, amiga-se limitó a decir luego.
-¿Qué quiero creer?-prosiguió Patricia, andando-Quiero creer que la película que tanto nos espanta es de sexo, sólo de sexo… ¿Por qué me miras así? ¿Qué vas a decirme, Marta?
-Nada.
-Dilo, pendeja.
-Es una ocurrencia…
-Te escucho.
-…una pregunta que podríamos hacerle a Iván: ¿Les gustan las películas de sexo a los intelectuales?
-¡Qué mierda!-exclamó Patricia.
Fin