lunes, 22 de agosto de 2011

El primer cuento del Capitán Colombia: Cigarrillos o flores.

Cigarrillos o flores
No era tan exagerado lo que decían: había sido capaz de crear a Eva de una costilla de Adán, de modo que también hubiera podido inventarse, como no, invirtiendo un poco las cosas, cuatro hermosos y tiernos Chucitos de la espalda de Tía Virginia. Tía Virginia para los vecinos, Tía Virginia para el tendero, Tía Virginia para todo el mundo… ¡Tía Mierda! ¿Por qué la susodicha no le había regalado carne al tipo cuando éste sufrió el accidente? El malparido cae del poste, directo al suelo, medio electrocutado. Lo llevan al hospital: ¿Se salva? Sí, pero va a tocar sacarle carne de donde no tiene para reparchearlo. ¡Qué se la encuentren y qué se la pongan! Nadie pensó en la espalda de la mujerona, qué falla. Salen cuatro Chucitos, y mejor armados.
-Entonces, capitán, ¿me quedo o me voy?
¿Le estaba hablando el hijueputa?
-Porque vea, ya está que oscurece.
-¡Cállate, Luis Alberto!-exclamó la mujer.
Vaya, el muy animal tenía un nombre cristiano.
-Sáquelo de aquí, agente-le ordenó el capitán a Ríos-. Encánelo un rato.
El Chucito forcejeó y pataleó, ¡pero era tan débil y pesaba tan poco!
-No es la primera vez que lo cargan así, ¿ah?-comentó el capitán, de vuelta a la película del poste.
La mujer quiso decir algo, pero los gritos de su sobrino la obligaron a detenerse.
-¡Qué embustera! ¡No le crea, capi!
El capitán no pudo evitar sonreír. Bueno, qué carajo, ya venía la parte chistosa del cuento…
-¡Quiere que yo le restriegue la pepita!-prosiguió el Chucito-Pero yo no soy loco, prefiero caminarle a las sidosas del cabaré. Por eso me odia, por eso. ¡Arrecha!
¡Arrecha!, ¡Embustera!, siguió gritando el Chucito.
-Va a tener usted que conseguir buena agua fría, capitán, ¿no le parece?-indicó la mujer, pasado un instante, ya acostumbrada a los gritos.
-Mire, señora Virginia…
-Señorita, capitán.
-Bueno, si usted prefiere…
-Créame que lo prefiero así. Pero vayamos al grano: dispone usted ahora de suficiente “material”, ¿no?
El capitán optó por encarar de lleno a la mujer:-Y tengo muy claro además el porqué de su diligencia, se me acabó la confusión-dijo finalmente, con la perorata del Chucito como fondo, obvio, sonriendo.
La mujer también sonrió. ¿Irónica? Sin duda; presta a atacarlo.
-¡Ay, sufre usted de tantas confusiones!-exclamó enseguida, de un modo algo infantil-El problema es que el Capitán… ¿Capitán qué, qué cosa?... tiene que ser un hombre muy decidido…-añadió, levantándose.
-¿Se va, mi señora?... señorita, quiero decir. ¿Se va?
-Ya cumplí con mi deber de ciudadana, Capitán Colombia.
¡Maldita vieja! ¿Qué carajos podía decirle?
-Yo hablé de un rato, ¿oyó?, de encanarlo un  rato, como de costumbre.
-No se engañe, hombre; vaya y mire todo lo que le he conseguido. ¿Necesita más?
Lo dicho, ¡maldita vieja!, ¡maldita espalda! Y seguía con su cuento:
-Confusiones, certezas…-musitó ahora, como ausente. ¡Ninguna ausente!-Grábeselo, Capitán-precisó-: Prefiero traer cigarrillos a la cárcel.
Fin





domingo, 14 de agosto de 2011

Un cuento sin moraleja: Padres e hijos

Padres e hijos
¿Qué podía decirle? Que el viejo ya estaba casi preparado, eso, y también que la vieja seguía gritando, lo mismo, ¡La plata!, ¡La plata!, rumbo al manicomio, no cabía duda. Que el niño, que había aceptado gustoso los mimos de Zoila, la cocinera, dormía ahora plácidamente en la hamaca del agente Buitrago: al negro-¿No han visto al gorilón que trajeron del Urabá? ¡Asusta el malparido!-lo tenía embobado la pobre criatura. Chocho, Magda, bien chocho. ¿Qué más puedo decirte? Que de los mellos Yolí nada se sabe aún, pero que he llegado a una conclusión: los dos son brutos; van a embarrarla, tarde o temprano, es cuestión de esperar.
Brutos, sí: El “rico” no era el ingeniero; el tipo no había alquilado el cuarto vacío del rancho por puro despiste, que idea tan absurda.
-El de la plata soy yo, capitán-precisó Arrieta, el contratista de la obra-, y obvio, no ando con ella encima. ¡Pobre Julián!
Arrieta, que había apreciado mucho al ingeniero Duarte, guardó silencio por un momento; luego, pidió más información.
-¿Qué tanto le hicieron al hombre esas bestias?
El capitán no quería entrar en detalles:-Hombre, Arrieta, su compañero está muerto. Muerto, ¿okey?
Arrieta siguió esperando.
-Lo picaron todo-contó entonces el capitán-.La intención de esos tipos era guardar los restos en un saco para luego salir a botarlos.
-¿Quién les habló de la plata?
-La vieja le escuchó el cuento a la tendera.
-Yo tenía mis sospechas-dijo el viejo Yolí, al enterarse del asunto.
-Nos alquiló el cuartucho para hacerse el pobre-indicó enseguida Boris, el padre del niño.
-¡Qué vivo!-concluyó el otro.
No tenían por qué ponerse a planear nada: manos a la obra.
-¡Hemos pasado tanto trabajo en esta vida!-le había aclarado el viejo al capitán, hacía poquito, antes de colgarse.
Y ahora le esperaba la tierra. Pero no era eso lo que quería saber Magda.
-¿Aló? ¿Sigues ahí, Omar?
-Claro, esperando a que te desocuparas.
-Discúlpame. Pero dime, ¿qué has averiguado?
-Lo que yo tengo que averiguar, Magda, es dónde están metidos los mellos Yolí.
-Yo no he dicho lo contrario, Omar. Pero reconócelo, es importante que lo del niño se resuelva pronto y de la mejor manera.
-Tranquila; el niño está bien, y va a seguir bien.
-¿En la estación? ¿Hasta cuándo lo vas a tener ahí?
-Te cuento que los del Bienestar quedaron en aparecerse por aquí antes del mediodía.
-Bien. Tienes que pedirles que te comuniquen con la doctora Marlene.
-Y entonces te la paso a ti.
-Lo harás, se que vas a cumplirme.
-De acuerdo. ¿Qué más quieres?
-Te pregunté qué has averiguado.
-Ya tengo ubicada a la mujer, cómo te parece.
-Magnifico. Y que no se te olvide: estoy esperando.
-Esperando, claro.
-Adiós, mi Comandante.
-Adiós, Magda. ¡Buitrago!
El negro no tardó en aparecer. Se cuadró:-A sus órdenes, capitán.
-Ya tenemos a la tipa, ¿sabe?
-¿Dónde está?
 -Sigue en Cartagena. Le cuento: el mello se vino para acá dejándole las deudas a ella solita;  debían tres meses de arriendo, debían en la tienda, debían en la carnicería… ¿Qué hizo la señora? Recurrió a la vieja fórmula. Trabaja ahora en uno de los puteaderos que quedan frente a los estadios.
-Bonito final-dijo el negro, pero sin asomo de ironía; a decir verdad, entristecido.
-¿Cómo anda el pelao?-preguntó a continuación el capitán.
-Sigue durmiendo.
-¿Comió bastante?
-Mucho. Cuando uno tiene hambre acumulada devora todo, y sigue con ansia. A ese niño lo tenían muy descuidado, ¿sabe?; se le nota lo desnutrido que está, a leguas. Y no sólo eso, casi no habla, dice seis o siete palabritas, y pare de contar.
-¿Cuántos años tiene?
-Va a cumplir los cinco.
-Terrible, ¿ah?
-Es una pena. Y si no se le presta atención…
-¿Ya lo pensó usted bien, Buitrago?
-Lo suficiente. Y mi mona está muy entusiasmada.
El capitán se levantó:-Bueno, acérquese-le indicó al negro-. Lo voy a poner en contacto con la persona que puede ayudarle en el proceso.
Al negro se le iluminaron los ojos.
-¿Sí? ¿Seguro?
-Se trata de mi esposa, Buitrago.
-No me diga. ¿Será que acepta?
-Ya veremos. Primero tendré que contarle la verdad.
Decirle que del otro lado ¡tampoco!, ni modo, Magda.
-No quiero volver a saber nada de esa gente, oficial-le había dicho la mujer.
-Estoy hablándole de su hijo, señora.
-¡Qué se vayan a la mierda todos los Yolí!
Fin