Cigarrillos o flores
No era tan exagerado lo que decían: había sido capaz de crear a Eva de una costilla de Adán, de modo que también hubiera podido inventarse, como no, invirtiendo un poco las cosas, cuatro hermosos y tiernos Chucitos de la espalda de Tía Virginia. Tía Virginia para los vecinos, Tía Virginia para el tendero, Tía Virginia para todo el mundo… ¡Tía Mierda! ¿Por qué la susodicha no le había regalado carne al tipo cuando éste sufrió el accidente? El malparido cae del poste, directo al suelo, medio electrocutado. Lo llevan al hospital: ¿Se salva? Sí, pero va a tocar sacarle carne de donde no tiene para reparchearlo. ¡Qué se la encuentren y qué se la pongan! Nadie pensó en la espalda de la mujerona, qué falla. Salen cuatro Chucitos, y mejor armados.
-Entonces, capitán, ¿me quedo o me voy?
¿Le estaba hablando el hijueputa?
-Porque vea, ya está que oscurece.
-¡Cállate, Luis Alberto!-exclamó la mujer.
Vaya, el muy animal tenía un nombre cristiano.
-Sáquelo de aquí, agente-le ordenó el capitán a Ríos-. Encánelo un rato.
El Chucito forcejeó y pataleó, ¡pero era tan débil y pesaba tan poco!
-No es la primera vez que lo cargan así, ¿ah?-comentó el capitán, de vuelta a la película del poste.
La mujer quiso decir algo, pero los gritos de su sobrino la obligaron a detenerse.
-¡Qué embustera! ¡No le crea, capi!
El capitán no pudo evitar sonreír. Bueno, qué carajo, ya venía la parte chistosa del cuento…
-¡Quiere que yo le restriegue la pepita!-prosiguió el Chucito-Pero yo no soy loco, prefiero caminarle a las sidosas del cabaré. Por eso me odia, por eso. ¡Arrecha!
¡Arrecha!, ¡Embustera!, siguió gritando el Chucito.
-Va a tener usted que conseguir buena agua fría, capitán, ¿no le parece?-indicó la mujer, pasado un instante, ya acostumbrada a los gritos.
-Mire, señora Virginia…
-Señorita, capitán.
-Bueno, si usted prefiere…
-Créame que lo prefiero así. Pero vayamos al grano: dispone usted ahora de suficiente “material”, ¿no?
El capitán optó por encarar de lleno a la mujer:-Y tengo muy claro además el porqué de su diligencia, se me acabó la confusión-dijo finalmente, con la perorata del Chucito como fondo, obvio, sonriendo.
La mujer también sonrió. ¿Irónica? Sin duda; presta a atacarlo.
-¡Ay, sufre usted de tantas confusiones!-exclamó enseguida, de un modo algo infantil-El problema es que el Capitán… ¿Capitán qué, qué cosa?... tiene que ser un hombre muy decidido…-añadió, levantándose.
-¿Se va, mi señora?... señorita, quiero decir. ¿Se va?
-Ya cumplí con mi deber de ciudadana, Capitán Colombia.
¡Maldita vieja! ¿Qué carajos podía decirle?
-Yo hablé de un rato, ¿oyó?, de encanarlo un rato, como de costumbre.
-No se engañe, hombre; vaya y mire todo lo que le he conseguido. ¿Necesita más?
Lo dicho, ¡maldita vieja!, ¡maldita espalda! Y seguía con su cuento:
-Confusiones, certezas…-musitó ahora, como ausente. ¡Ninguna ausente!-Grábeselo, Capitán-precisó-: Prefiero traer cigarrillos a la cárcel.
Fin